‘Rojo reposado’, de la compañía holandesa Toneelhuis, dirigida por Guy Cassiers: el monólogo de un actorazo, Dirk Roofthooft; el lamento de alguien encerrado por los japoneses, junto a su madre, en un campo de concentración de Yakarta durante la guerra. Alguien a quien esa madre abandonó después en un internado: eso a Jeroen Brouwers le desgarró para siempre.

Miguel Ybarra Otín. Porque es de Brouwers la novela en que se basa ‘Rojo reposado’. La adaptación es magnífica, el texto bellísimo, tanto como crudo, duro. La interpretación de Dirk Roofthooft, impresionante; en castellano pausado, dudando a veces entre una palabra y otra, con gran naturalidad, lleno de realismo. Porque esa historia a este actor le golpea: confiesa que sufre pesadillas con algunas de las imágenes que evoca el texto, cuerpos mutilados en esa locura de la guerra.

Esto lo dijo en el coloquio, que se trasladó a la cafetería porque fuimos sólo tres los espectadores que participamos -frío y lluvia: en la obra, media entrada-. De entre el público, después, el comentario de haber sentido no querer aplaudir, porque una pieza intimista de tal tristeza no casa con el aplauso: asentó el actor, partidario como el escritor y en esta ocasión, del silencio.

El silencio pesa en pasajes de la interpretación; ésta no presenta concesiones. Roofthooft camina por el escenario y comparte recuerdos -escenas del campo: todos dormían hacinados, cada un en un escalón; golpes de un soldado; el canto de la rana en boca de mujeres- y se puede echar en falta en esa sobriedad el mayor recurso a luces, que al final de la obra -la lluvia de palabras, por ejemplo- regalan gran belleza. Pero es el estilo escogido para el texto.

A Jeroen Brouwers, por cierto, aún no se le ha traducido al castellano. Sí a otros 20 idiomas, y adaptaciones como ésta han hecho ya que el acuerdo esté cercano para que Brouwers ocupe pronto nuestros escaparates. Hoy mientras, con gran reconocimiento en Holanda, vive solo a sus 70 años. En medio del bosque.

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