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El realizador español se alza con el León de Plata a la mejor dirección y el Premio al Mejor Guión por su Balada triste de trompeta. El León de Oro recaló en Somewhere, el cuarto largometraje de Sofia Coppola, en una edición plagada por la polémica y las críticas a la programación.

Jesús Benabat. La 67º edición de uno de los festivales de cine más longevos del panorama internacional pasará a nuestro imaginario cinéfilo como la confirmación del director español Álex de la Iglesia como uno de las personalidades más importantes de la historia de nuestro cine. El éxito se lo debe a su Balada triste de trompeta, un extraño vodevil en el que se dan cita diversos géneros con la guerra civil como telón de fondo, que le ha valido el León de Plata a la Mejor Dirección y el premio al Mejor Guión, firmado por él mismo. La película, interpretada por Carlos Areces y Antonio de la Torre, figuraba como favorita entre los pronósticos previos a la ceremonia de clausura, donde el presidente del jurado, Quentin Tarantino, no ha podido disimular su admiración hacia De la Iglesia. El Presidente de nuestra Academia de Cine se ha mostrado especialmente congratulado, asegurando que «estos días en Venecia habías sido los mejores de su vida», mientras sujetaba el codiciado galardón.

De la Iglesia se erige como una de las voces más personales de nuestro cine, con una carrera confeccionada de acuerdo sus propios intereses e inquietudes, en la que sobresalen cintas como Acción Mutante (1993), El día de la bestia (1995), La Comunidad (2000) o Crimen Ferpecto (2004). En todas ellas se dan cita el humor negro más absurdo con un depurado estilo visual inconfundible que confieren personalidad propia al realizador, probablemente una de las personas más respetadas de nuestro cine y mediador de excepción en la actualidad, una época cuanto menos convulsa, como Presidente de la Academia. Su triunfo en Venecia significa el primer reconocimiento internacional a su obra y, lo que es aún más importante, lo ha alcanzado siendo fiel a sus principios como cineasta y creador. Un orgullo para nuestro cine y un nuevo impulso para una carrera aún larga por recorrer.

Más allá del protagonismo de De la Iglesia, el palmarés del Festival de Venecia ha coronado a Sofia Coppola como gran triunfadora de esta edición alzándose con el León de Oro en virtud de su cuarto largometraje, Somewhere. Tras el éxito rotundo de la deliciosamente sutil Lost in Traslation y el traspiés de su incursión psicodélica en la corte de María Antonieta, la hija de Francis Ford Coppola nos trae la historia de un actor de éxito (Stephen Dorff), extravagante y desconsiderado, cuya vida muta radicalmente con la aparición de su hija de once años (Elle Fanning). De este modo, Coppola regresa al territorio del minimalismo contemplativo, a ese ritmo lento y detallista de evidentes ínfulas de autoría, que la confirman como una de las voces más influyentes de la nueva generación de realizadores.

Tarantino ha puesto un especial énfasis en el acuerdo tajante del Jurado, en el que también se encontraban Danny Elfman y Guillermo Arriaga; «El león de oro ha sido unánime. Esta película nos encantó desde el primer momento y luego creció en nuestros corazones (…) cuando nos preguntábamos qué estábamos buscando en el León de Oro, siempre acabábamos hablando de ella. Tengo que decir que es un tremendo honor dar este premio a Sofia Coppola». Y es que muchos podrían aventurar maliciosamente un trato de favor por parte del que fue pareja sentimental de la ganadora. Sin embargo, y tendiendo presente el nivel tan sumamente mediocre de esta edición de la Bienal, una hipotética parcialidad se nos antoja improbable.

El resto del palmarés sitúa a la polaca Essential Killing como otra de las grandes triunfadoras de la noche. La trasgresora apuesta de Jerzy Skolimowski, que sigue los pasos de un preso político desesperado por huir a través de parajes de insólita inclemencia, ha conseguido el Premio Especial del Jurado, además de la Copa Volpi al mejor actor para Vincent Gallo (también amigo personal de Tarantino), imponiéndose a los aclamados trabajos de Stephen Dorff y Paul Giamatti. 

También hubo sorpresas en el apartado de interpretación femenina, donde la desconocida Ariane Labed finalmente venció a Natalie Portman, muy aplaudida por su papel en Black Swan, la cinta de Darren Aronofsky que únicamente se llevó el premio a la mejor actriz emergente (Mila Kunis). La joven Labed interpretaba en la película griega Attemberg  a una chica extraña e introvertida, obsesionada por los documentales de Richard Attenborough, cuya vida cambia cuando irrumpe en su vida un desconocido que acaba de llegar a la ciudad.

Como es costumbre en esta clase de acontecimientos nunca llueve a gusto de todos, aunque en esta ocasión la expresión puede ser consideraba de un fino sarcasmo, teniendo en cuenta la lluvia incesante que ha empañado la celebración del certamen, además de la crítica unánime a la programación del mismo. En los últimos días, la polémica ha explotado de modo irremisible en la ciudad italiana; el director de la Bienal, Marco Muller, ha acusado a importantes críticos cinematográficos de boicotear el legendario festival para favorecer el despegue internacional del Festival de cine de Roma, enfocado a atraer a grandes estrellas de Hollywood. De igual modo, el conocido director Giuseppe Tornatore ha arremetido contra la revista estadounidense Variety, acusada de criticar negativamente a la representación italiana en el certamen, al que se han unido otros tantos periodistas del país anfitrión en una absurda demostración de orgullo patrio.

Obviamente, esta no ha sido una edición para rememorar como una de las más brillantes de la larga historia de Venecia, no obstante, podemos darnos por satisfechos con el merecido triunfo de Álex de la Iglesia. Esperemos sinceramente que su andadura comercial sea tan exitosa como su espectacular arranque en la Bienal. Desde aquí, nuestra más sincera enhorabuena.

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