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Crítica. El remake de la mítica película de John G. Avildsen reúne a la exitosa familia Smith con Jackie Chan para ofrecer entretenimiento bien confeccionado y una lección acelerada del noble arte del Kun Fu.

Jesús Benabat. Los 80 fue una hermosa época para el cine. En ninguna década posterior o precedente se han forjado tantos mitos arraigados en el acervo cultural contemporáneo. Diferentes generaciones que confluyen en el conocimiento mutuo de frases inolvidables o momentos que pasaron a la historia, sin importar que estos pertenecieran a su propia época. Así, cualquiera que esté leyendo esta crítica, independientemente del año de su nacimiento, sentirá como parte de su experiencia vital el mítico «dar cera, pulir cera» que repetía machaconamente ese adorable anciano experto en artes marciales que se hacía llamar señor Miyagui (interpretado por el inolvidable Pat Morita). Probablemente, algunos ni habrán visto la película al completo, o sólo recordarán fragmentos vagos de una reposición televisiva en cualquier tarde de domingo, sin embargo, reconocen la frase, les retrotrae a la mente a ese muchacho en equilibrio, la postura de la grulla que la llamaban, más tiempo de lo que cualquier persona humana podría soportar, preparándose para el gran combate. Efectivamente, señores, The Karate Kid es hoy un mito popular de la que aún nos llegan ecos en forma de remake actualizado según los gustos presentes.

¡Y qué remake! Además de su costosa producción, cifrada en torno a los 50 millones de euros (los cuales ya han sido ampliamente recuperados después de su exitoso paso por la taquilla norteamericana), el nuevo Karate Kid agrupa una de las franquicias más exitosas de Hollywood, la de la familia Smith. Y es que Will, ese joven alocado y algo idiota de El príncipe de Bel Air ha crecido y a su impresionante habilidad de convertir en oro todo proyecto en el que se entromete como actor se le une sus nuevas dotes como productor. En esta nueva faceta ha sido incluso más inteligente, ya que se ha adueñado de un proyecto franco para el lucimiento de su propio hijo, Jaden, y su salto al estrellato (tras el ensayo de En busca de la felicidad) para incrementar el patrimonio familiar más allá de su trabajo. Un negocio redondo que, además, cosecha buenos resultados cinematográficos.

La película está estructurada armoniosamente, quizás demasiado alargada en su metraje, con ritmo sostenido y previsibilidad al uso. No olvidemos la referencia; el Karate Kid  (1984) de John G. Avildsen fue concebido según el discurso fílmico de Rocky (su gran éxito), que, si bien emocionante, no era precisamente profundo. En esta ocasión, el chico protagonista es un afroamericano que se traslada con su madre a Pekín, donde pronto es acosado por una banda de chinos malcarados expertos en el noble arte del Kun Fu tras acercarse a la ex novia de su cabecilla. Para perder sus miedos y vengarse de sus enemigos, el joven Dre decide iniciarse en el arte marcial de la mano del encargado de mantenimiento de su edificio de apartamentos, un atormentado maestro caído en desgracia por la pérdida de su familia. Por otro lado, aquí la historia de amor cobra fuerza respecto al original y ofrece momentos realmente empalagosos aunque necesarios para contrarrestar el monótono y consabido entrenamiento. Es una lástima que el joven Jaden no detente grandes dotes dramáticas, al menos por el momento.

No obstante y en mi opinión, el feliz hallazgo de la cinta es el redescubrimiento del extrañamente contenido Jackie Chan. Posiblemente, ésta sea la única película en la que el actor chino no encandile con sus volteretas y acrobacias hasta la extenuación, suscitando incluso una sensación de ansiedad por un combate a muerte entre él y su antagonista, el entrenador, que finalmente no llega. A excepción de una pequeña demostración de las habilidades de Chan, la acción está enteramente reservada al joven Dre, quien tendrá que competir en un torneo de adolescentes sádicos aficionados al kárate, con coreografías espectaculares, patadas a la cabeza que bien podrían provocar la muerte y un combate final, con el héroe herido, para desfogar toda la testosterona acumulada.

The Karate Kid es una película liviana, fácil de ver y disfrutar, realizada con buen oficio por parte de Harald Zwart y muy recomendable para jóvenes sufridores de bulling, además de enamorados del país asiático, del que se nos ofrece un apresurado paseo turístico con imágenes realmente bellas. Su éxito es una muestra clara de cómo realizar un remake con clase y aportando algo más a un clásico moderno como Karate Kid. Los Smith lo clavan cuando se trata de espectáculo.

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