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Los Mercenarios aterrizaban con fuerza la semana pasada. Ahora, en frío, analizando detenidamente, todo parecía asemejarse a una botella de gaseosa.

Antonio Sánchez-Marrón. Estamos que no levantamos cabeza. Pocas películas son destacables dentro de la amplia cartelera que todos los viernes llega a nuestro país. Personalmente, tenía algunas esperanzas puestas en esta aventura de acción y músculo que aterrizaba en las salas españolas bajo la dirección de Sylvester Stallone y la aparición de un sinfín de «tíos duros». Pero todo se desvaneció disparo tras disparo.

Mi buen amigo, responsable de cintas como Acorralado, más conocida como Rambo o el paquete completo de Rocky así como de una enorme cantidad de cintas en las que las pistolas, explosiones y brazos de más de 15 centímetros de grosor son los verdaderos protagonistas. Hablo de Pánico en el Túnel, El Especialista o ¡Alto, o Mi Madre Dispara!, ésta última concediéndole alguna licencia cómica sin duda inexistente. Stallone se coloca ahora detrás de la cámara para resucitar el viejo cine de acción ochentero. Y que mejor modo de hacerlo que cogiendo el teléfono y llamando a todos sus colegas que, casualmente, han sido víctimas de un enemigo común: el botox.

Así, el propio Stallone, Mickey Rourke, Eric Roberts o Arnold Schwarzenegger prestan sus rostros para deleite de aquellos que añoran el cine palomitero, oscuro y un tanto irregular que representaron todos estos, ahora llamados, «caretos».

Unidos a actores de acción del cine actual incapaces todos de soltar una lágrima en pantalla como Jet Li, Terry Crews, Bruce Willis o Jason Statham, tejen una cinta olvidable que no alcanza ni siquiera el nivel mínimo recomendado para engancharte y mantener pegado al espectador a su asiento.

Con un guión pobre pero nutrido en chistes fáciles que despertarán la sonora carcajada del público masculino, Stallone dirige una producción a la que le queda poco tiempo de vida en las salas de nuestro país. Ni siquiera el incesante boca a boca ha hecho que el público sienta la más mínima compasión ante tal geriátrico reunido para disfrute de todos aquellos que nos entretuvimos con Rocky, Rambo, Terminator, Manhattan Sur o, por qué no, Jungla de Cristal, Depredador y un inagotable infinito de nombres de películas de acción rodadas entre los años 80 y la primera década de los 90.

En Los Mercenarios se retratan las aventuras que vivirá un comando enviado a destrozar algo que siempre ha sido fijación del gobierno norteamericano, por lo menos en el cine: las repúblicas bananeras. Los países centroamericanos siempre han sido un foco de conflicto para la seguridad nacional. Y quien mejor para acabar de raíz con ese problema que una docena de tíos fornidos hartos de estimulantes, anabolizantes y botox. Los pobres «bananeros» no es que mueran, es que salen huyendo antes de tener que vérselas con esta humana caracterización de muñecos de plastilina con las pieles estiradas.

Si usted escoge, entre todas las opciones disponibles para ir al cine, ver Los Mercenarios, adelante. Es usted libre. Pasará un rato de lo más entretenido. Aunque no sea una cinta recomendable para todo tipo de públicos, el simple placer de ver a tantas viejas glorias le llena a uno de orgullo tras recordar tardes y tardes delante del televisor viendo las películas que estos mismos señores protagonizaron hace ya unos 20 años.

Mi consejo es el siguiente. Si decide ir a verla, intente disfrutar de la escasa calidad del espectáculo. Sólo le pido que aguante 20 minutos y se obsequiará a sí mismo con una de las escenas más divertidas del año. Aquella que transcurre entre tres pesos pesados: Stallone, Bruce Willis y un «divino» Arnold Schwarzenegger. No lo lamentará ni un solo segundo durante los escasos cinco minutos que aparecerán en la pantalla estos tres actores, los únicos que saben reírse de sí mismos.

Si prefiere esperar al DVD, mejor. Sólo tendrá que pulsar el botón de «Selección de escenas».

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