El 25º Aniversario de este clásico de aventuras dirigido por Richard Donner y concebido por Steven Spielberg, nos sirve como excusa para reivindicar la fantasía, el afán de aventura y el canto a la amistad que supuran en cada fotograma Los Goonies.

Jesús Benabat. Los Goonies cumplen 25 años y con ellos una generación de jóvenes que ya caminan hacia la madurez sin apenas poder evitar la nostalgia de una infancia llena de historias de piratas, arqueólogos intrépidos y criaturas fantásticas. Un mundo de VHS; de domingos por la tarde sin mayor preocupación que mirar una pantalla algo más pequeña, algo más oscura y algo menos definida de las que ¿disfrutamos? ahora, pero que, al fin y al cabo,  nos servía idóneamente para la ensoñación, la fantasía y la vivencia de aventuras inocentes y apasionantes. Con el cine actual los modelos de entretenimiento han cambiado y una tendencia hegemónica ha impuesto una diversión basada en la violencia, el cinismo y la espectacularidad visual, acabando, por ende, con las entrañables historias con las que crecimos. No obstante, ese espíritu aventurero no ha desaparecido, pues, según el código interno de Los Goonies, nunca digas muerto.

Aprovechando la efeméride, cientos de fans de la película se han acercado a la pequeña población de Astoria (Oregón) con la ilusión irredenta de recrear, aunque sea imaginariamente, las escenas que les hizo soñar con tesoros y piratas recónditos. En un excepcional reportaje del Washington Post, Monica Hesse da cuenta del carácter generacional de una cinta que aunaba a los grandes hombres de la renovación del cine familiar de los 80; Richard Donner como director (Superman, Lady Halcón, Arma Letal), Chris Columbus como guionista (Solo en casa)  y Steven Spielberg como responsable de la historia y la producción (de hecho no faltan constantes guiños hacía sus propias películas, como la inclusión en el reparto del japonés Jonathan Ke Quan, el vivaz niño de Indiana Jones y el Templo Maldito). Un trío creativo que provee a la película de un ritmo endiablado, ingentes dosis de fantasía y un deje nostálgico hacia su propia niñez, sembrada por las historias de Stevenson o Salgari.

La propuesta de Los Goonies es sencilla, aunque no por ello menos apasionante. Acuciados por la necesidad de dinero para salvar el barrio en el que viven y donde agentes inmobiliarios pretenden levantar nuevas y lujosas construcciones, Mickey, Gordi, Bocazas y Data, autodenominados como Los Goonies, se reúnen cada día en la casa del primero para intentar buscar una solución al problema. Un día cualquiera, suben al desván de la casa para curiosear entre los objetos antiguos del padre de Mickey y, accidentalmente, encuentran lo que parece ser un mapa del tesoro perteneciente a Willy el Tuerto, un afamado pirata que desarrolló su actividad en la zona. Espoleados por el entusiasmo del soñador Mickey, los Goonies iniciarán una aventura en la que deberán enfrentarse a los Fratelli, una familia de mafiosos que los seguirán en su búsqueda del tesoro, así como a las pruebas, trampas y acertijos que Willy el Tuerto interpuso en el arduo camino hacia el mismo.  

Los Goonies es, pues, una historia sobre la amistad, sobre la conservación de los tradicionales vínculos que se daban en el barrio, aquellos por los que tus amigos conformaban una verdadera comunidad de entendimiento y entretenimiento mutuos, muy lejos del autismo social que progresivamente se fue extendiendo en los entornos urbanos producto del miedo y la desconfianza. Además, Los Goonies se erige como un canto al espíritu aventurero propio de la más tierna juventud, a ese mundo tan improbable y a la vez cercano en el imaginario del adolescente, en una mente en ebullición con una capacidad infinita de creación de situaciones y escenarios fantásticos.

Probablemente, todos aquellos que hemos visto en nuestra juventud Los Goonies hemos sentido ese deseo irrefrenable de embarcarnos en una trepidante aventura de piratas y mafiosos, compartiendo experiencias tan extremas como las que viven la inefable pandilla de la película. Incluso llegamos a adorar a ese carismático Gordi, con su famoso “supermeneo” o su extraña amistad con Sloth, posiblemente uno de los personajes más emblemáticos de la década de los 80. O cómo olvidar a esa madre posesiva y poderosa con sus dos torpes y malvados hijos interpretada por Anne Ramsey, o a esa ayudante italiana de la madre de Mickey que Bocazas se encarga de traducir malévolamente  todas las comandas, o esa banda sonora que incluía la pegadiza canción de Cindy Lauper creada para tal fin. Y es que son tantos los momentos y escenas para recordar que este joven cronista no puede más que instar a verla una vez más.

Ante la mitología fílmica creada en torno a Los Goonies, no es de extrañar que se haya rumoreado redundantemente una posible secuela que volvería a reunir a la mayor parte del cast, que incluye a Sean Astin (Sam Gamyi en El Señor de los Anillos), Josh Brolin (actualmente un actor en alza gracias a su trabajo con los hermanos Coen), Corey Friedman (devenido en actor de culto) o el mencionado anteriormente Jonathan Ke Quan.

Para todos aquellos que aún no ha disfrutado de esta obra de culto del género de aventuras, su 25 aniversario puede ser una buena oportunidad para descubrir su sincero y sano entretenimiento y su profundo afán por contagiar ese espíritu que nunca muere. Los Goonies nunca dicen muerto.

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