Ha sido siempre la ruptura de la lógica un tradicional recurso de la comicidad en las artes escénicas. Con ella también las acciones contrastantes, como pueda serlo un niño pequeño que juega a vestirse de mayor y provoca risas en sus familiares con esa contraposición que exalta la esencia del ser pequeño y ser mayor.

Miguel Ybarra Otín. Un juego en cierto modo parecido es el que tan magníficamente nos presentan los holandeses de Hotel Modern en ‘Shrimp Tales’ (‘Cuentos de gambas’, ayer y hoy en el Teatro Central, no se lo pierdan): humanizan a estos ricos crustáceos para que veamos en ellos las acciones de los hombres, para descontextualizar esas actuaciones nuestras, presentarlas en sí mismas y aportar así un nuevo punto de vista a la reflexión.

Una reflexión sobre el humano, ser capaz de las más grandes contradicciones: levantar la Torre Eiffel o la de Pisa con iguales manos que el campo de concentración de Auschwitz; llegar a la Luna pero dejar en tierra a pobres que rastrean vertederos; hacer música y amar, pero también asesinar. Tan lúcida como sencilla es la mirada; inteligente el espectáculo: 10 mesas sobre el escenario y una pantalla. La música en directo y los efectos de sonido son de Arthur Sauer. Pauline Kalker (idea y dirección), Arlène Hoornweg y Herman Helle mueven con sus manos esos títeres de gambas que protagonizan escenas cotidianas sobre maquetas de una iglesia (funeral), un hospital (nacimiento) y un largo etcétera con salones, discoteca, espacio exterior y ring de boxeo. Todo se va reproduciendo en directo con cámara de vídeo sobre la gran pantalla.

Lo hacen maravillosamente. Con recursos a veces tan rudimentarios como efectivos. Con mucho humor. Recuerdo una película de Buster Keaton en que un caballo se miraba las herraduras en el espejo. La realidad tiene sus códigos que permiten el entendimiento, pero la comedia rompe esas normas, esa lógica, así que en ‘Shrimp Tales’ todo es divertido porque lo protagonizan gambas: una partida de billar narrada en voz baja para respetar la concentración de los jugadores, divertidísimo ejemplo que si no desata risas en la vida diaria sí lo hace aquí una vez despojado del hombre como sujeto: dejamos de entenderlo y aceptarlo mecánicamente, dejamos de percibirlo sin reflexión, contemplamos toda su comicidad (como, en otras escenas, todo lo que de bueno o malo tienen). De cada escena normal y cotidiana reía ayer el público, que al final lo hacía de sí mismo.

Y es que hoy no se trata de ver lo que nadie ha visto ni decir lo que nadie ha dicho. Sino de mostrar o decir lo que todos vemos o escuchamos, pero desde un punto de vista diferente. Son por cierto magníficos los textos que los actores van poniendo en boca de las gambas: en un español muy de la calle pero con acento holandés, muy en la línea de lo que es este gran espectáculo. Esperamos que Hotel Modern vuelva pronto.

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