Para conseguir emocionar partiendo de tanta sencillez hay que ser muy bueno. Y ayer viernes en el Lope de Vega los magníficos payasos del Slava’s Snowshow (idea y dirección de Slava Polunin) consiguieron que el público allí presente pasara un rato fantástico, se emocionara con escenas llenas de simpatía y ternura, envueltos y predispuestos por un ambiente mágico con, por ejemplo, todo el teatro repleto de pompas de jabón.

Miguel Ybarra Otín. Obra de clowns, sin palabras, sin una línea argumental sino con una sucesión de pasajes divertidos, entrañables, a veces mágicos, con los que se meten en el bolsillo a unos espectadores que buscan eso mismo, entregados desde el principio, en ocasiones familias enteras que acuden sabiendo que “nevará” en la patio de butacas durante este espectáculo que años y años lleva rondando por el mundo.

Espectáculo que consigue sacar de cada asistente el niño que lleva dentro, y de esa forma mostrar el lado más humano de cada uno, todos juntos jugando al final de la obra (no desvelo con qué), riendo, olvidando crisis y demás problemas, ensimismados en música, luces, brillos y colores.

Se mezclan la sensibilidad de algunas escenas con la grandilocuencia de los efectos. Pero, con todo ello, un poco corto se le hizo a quien escribe. Dicen los propios autores que nunca dos funciones han sido iguales, de forma que albergo alguna duda sobre si la de ayer viernes a las 22.30 no fue algo más breve, habida cuenta de que nadie del público participó y entre los comentarios antes del comienzo se escuchaba que a tal o cual amigo, el día anterior, lo habían sacado. En cualquier caso, se disfruta.

Y como la reseña de un espectáculo puede ser leída por quien ha ido, quien irá y también quien no lo haga, menciono a continuación algunas de las sorpresas que el show depara. No lea desde ahora si tiene entradas de aquí a mañana. Es muy simpático el gag en que el niño-pollo (Artem Zhimolokhov) se enreda él sólo en una tela de araña. La misma tela en que queda seguidamente atrapado todo el patio de butacas.

Divertidísimo resulta el juego de los aplausos: dos clowns, a modo de directores de orquesta, dirigen con gran ingenio las palmadas de los presentes. E igualmente divertida es la escena de los teléfonos, donde un mismo personaje garabatea con dos voces -masculina y femenina- dándonos a entender conversación y sentimientos a través de la sola entonación.

Y genial la idea e interpretación del mismo niño-pollo que limpia un traje colgado: lo pule por los costados y mete su brazo en la manga para pasarle mejor el cepillo. La manga da entonces vida a la prenda entera y surge incluso el amor: abrazos, caricias y lágrimas en la despedida.

Al concluir la obra: enormes globos por el gallinero y aún un rato pequeños y mayores juegan con ellas y se tiran la nieve de papel unos a otros. Al salir, unos le dan 5 estrellas, otros se quejan del elevado precio. Todos pueden tener razón, pero todos lo han pasado muy bien.

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