Rechael Corrie/Alejandro Esparedo

No había mucha gente ayer lunes en la puerta del Teatro Duque (más tarde, una vez dentro, veremos que en la sala no hay más de 20 personas). Quizás se deba a que esta no es una de las grandes obrasÓ del Fest 2010, quizás a que la entrada ha subido un 20% desde la última edición. Son dos las parejas que desisten de entrar una vez conocido el precio. Cabe desear que sea la omnipresente crisis, y no la desgana, la que vacía esta noche La Imperdible.

Clara Morales. Se oye a alguien toser tras el telón, algunos pasos sordos sobre el escenario. Marta Marco, la actriz catalana que soporta todo el peso de la obra, debe estar preparándose antes de salir a escena. La compañía Traspasos Kultur ha venido a hablarnos de Rachel Corrie, o más bien a dejar que ella hable. Esta joven estadounidense se hizo tristemente célebre en 2003: fue asesinada por una excavadora en Palestina, a donde había viajado para formar parte del Movimiento Internacional de Solidaridad.

Murió en un acto de resistencia pacífica ante la demolición israelí de casas palestinas en la franja de Gaza. La investigación conjunta del gobierno estadounidense e israelí no logró esclarecer las circunstancias de su muerte, pero los testigos afirman que el conductor de la máquina fue totalmente consciente de que estaba arrollando a una civil. Hasta el momento de su muerte a los 23 años, Corrie había mantenido siempre un diario personal.

El texto dramático se basa en esos textos. Es una manta hecha de retales donde apenas se aprecian las costuras. Cuando la obra teatral ‘My name is Rachel Corrie’ se estrenó en los EEUU no faltaron voces acusándola de extremista y antisemita. El éxito de público y las excelentes reseñas quitaron validez a esta palabrería.

La versión en castellano, realizada por Gerald-Patrick Fannon y la misma Marta Marco, respeta completamente la estadounidense. El montaje consiste en un suelo cubierto de ropa de abrigo y la imagen de una excavadora que se acerca lenta e inexorablemente.

Es la actriz la que debe mantener este monólogo de hora y cuarto de duración. Es ella la que revive a Rachel Corrie, la que nos hace ver desde sus ojos el horror que descubre. «No fue esto lo que yo quería cuando me trajeron a esta vida. No es esto lo que esperaba la gente de aquí cuando vinieron al mundo», dice Marco, que a estas alturas de la obra llora a moco tendido. Es la conclusión de una vida corriente, de una mujer corriente, que se enfrenta a un terror inmenso que no es capaz de comprender.

Es fácil hacer de Rachel Corrie una heroína. Es fácil que una obra como esta acabe convirtiéndose en una adoración a los mártires. Un texto como este, repleto de lecciones de política internacional (sabiamente mezcladas, eso sí, con inocentes -que no simples- vivencias cotidianas), puede resultar retórico, la defensa de una idea que el autor nos trata de antemano.

Me llamo Rachel Corrie es una obra que sólo admite un camino: es imposible cuestionar a una mujer que fue asesinada por defender una causa justa, la simpatía por el personaje es instantánea, nace antes de que este aparezca en escena. Su muerte dota al texto de una fuerza externa al texto mismo. Es una obra de calidad, claro, pero aquí cambiaría si esta ficción no tuviera relación alguna con la realidad. ¿Y si este personaje no tuviera status de «muerto por la causa»?. Quizás entonces sería menos potente, pero podría suscitar más dudas (fértiles, no como las certidumbres esteparias) en un espectador acorralado por lo que deberá opinar a la salida.

Llega el final de la obra, el oscuro oculta por primera vez al público, que se ha mantenido expuesto en una semi-penumbra durante el espectáculo. Aplaude sobria y tímidamente, calla pronto. Sale de la sala rápido y en silencio. Quizás ahora, que ya nadie le lleva de la mano, pueda pronunciar por sí mismo el nombre de Rachel Corrie.

www.SevillaActualidad.com