Muy esperada era ‘Glengarry Glen Ross’, obra de David Mamet representada ahora en Sevilla (teatro Lope de Vega, hasta el domingo) con dirección de Daniel Veronese y un gran elenco de actores que encabezan Carlos Hipólito y Ginés García Millán.

Miguel Ybarra Otín. El texto le valió a Mamet el Pulitzer en 1984. Después él mismo la llevó al cine (1992) con Al Pacino, Jack Lemmon y Alec Baldwin. Ahora, uno de los más prestigiosos directores de la escena actual, el argentino Daniel Veronese, retoma la obra y deja también su sello en ella. Es la segunda vez que Veronese viene a Sevilla esta temporada (‘Del maravilloso mundo de los animales: los corderos’. Pasado octubre en el Teatro Central) y en ambas ocasiones las obras han resultado ser, ante todo, un magnífico trabajo de actores.

Sobre siete intérpretes recae el peso de la obra. Todos están realmente enormes. Son Carlos Hipólito, Ginés García Millán, Alberto Jiménez, Andrés Herrera y Gonzalo de Castro cinco trabajadores de una empresa inmobiliaria que compiten -luchando sucio- por mantener su puesto. Alberto Iglesias interpreta al policía que -mediada la obra- aparece, y Jorge Bosch es un codiciado y estafado cliente.

La obra entra directa a la historia, al nudo, elevando la tensión desde el primer momento. Y esa fuerza se mantiene durante toda la función, con diálogos escritos como balas y a los que Veronese da el ritmo más acorde. Con ellos, los personajes reflejan sus ansias, rabias, miedos, trampas y desconfianzas. Todos como víctimas de un sistema que les ahoga y obliga a pisar al de al lado (los trabajadores que más vendan serán premiados; los demás, irán a la calle).

Ese inicio lleno de fuerza hace que durante minutos el ritmo se mantenga luego en una línea plana, acaso algo descendente -aún dentro de sus diálogos, siempre feroces- hasta la segunda mitad. Para entonces, el escenario ya ha cambiado: el salón inicial se ha convertido en una oficina -sencilla, fantástica, muy cinematográfica- donde todos siguen hablando sin escucharse, bastante tienen con salvarse en esa jungla.

Allí Mamet no juzga: presenta la acción sin buenos ni malos, sino sólo personajes en situación límite que tratan de salvarse a toda costa, insertos en un sistema que devora. Así, está de actualidad el tema planteado y todo lo que de crítica social posee.

El jueves, tras la rueda de prensa en el mismo Lope de Vega (con Carlos Hipólito y Ginés García Millán), quien escribe tuvo la oportunidad de cambiar unas palabras con este último: hablando de esa crítica, recordé unas palabras del escritor Augusto Monterroso (palabras que no comparto completamente, pero muy interesantes): “La proliferación, por ejemplo, en los Estados Unidos, de los libros más duros, de los libros de protesta (ocho o diez best-sellers al año), hace que, cuando se lee, la gente se imagine que actúa. Es más valiosa la acción del joven que rompe o quema su tarjeta de reclutamiento que leer estos ocho libros, incluso que escribirlos. Cuando estos libros y los millones de discos con canciones de protesta sean prohibidos y tengan que ser leídos u oídos en alguna especie de catacumbas, entonces va a suceder algo con ellos. La ilusión de que se hace camino al oír cantar que se hace camino al andar, es nefasta” (cita del libro ‘Viaje al centro de la fábula’).

¿Qué piensa entonces, al respecto, uno de los actores de este ‘Glengarry Glen Ross’? Que “el texto te va a hacer pensar. Otra cosa es que la vida te permita actuar, que tengas la valentía suficiente para hacerlo. El gran texto, y éste lo es, te influye de todas formas”. Carlos Hipólito había dicho antes que lo bueno del teatro es “que cuando salgas de una función lo hagas viéndote más inteligente de lo que entraste. Eso ocurre en esta obra”.

Al fin y al cabo la reflexión es el principio de la acción y el joven que rompe o quema su tarjeta de reclutamiento puede haberse visto empujado por el libro, la canción… o la obra de teatro.

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