Se agradece que una de las intérpretes se dirija al público a hacerle partícipe -con palabras- de los sentimientos que refiere la obra: de qué hablan los bailes y qué quieren contar las proyecciones desde la mesa en la que se pinta.

Miguel Ybarra Otín. Una de las bailarinas, entre las coreografías, nos habló de amor, de desamor, de odio, de fuerza, de vida, etc. Era sábado y domingo en la sala B del Teatro Central, la compañía canadiense de Danièle Desnoyers: Le carré des Lombes, un espectáculo de danza, música experimental y artes visuales (‘Là ou je vis’, ‘Allí donde vivo’).

Componentes, esos tres, de muchas obras hoy día que no presentan una dramaturgia o una linealidad, sino un conjunto de sensaciones que también en el espectador pueden fluir más claramente -y quizás así hacia un mayor disfrute- si se dan pistas oralmente.

En cualquier caso, las coreografías mostraban a cuerpos (3 chicos y 2 chicas) que se juntan y a los que extrañas fuerzas separan de repente y bruscamente. Cuerpos que se buscan, se encuentran y se vuelven a separar. Cuerpos que se llevan y dirigen unos a otros. Y cuerpos que bailan solos, con una música creando atmósfera como de duda e incomodidad.

Con todo ello, las proyecciones que se realizan pintando y recortando a mano desde la mesa luminosa de Manon de Pauw, algo también muy abierto al entendimiento de cada uno: un mismo círculo -como cualquier realidad feliz o triste en esta vida- puede verse grande o pequeño, lo que cambia es el punto de vista. Lo pintado en un papel en blanco vuelve después hacia atrás, como todo lo que hacemos nos queda marcado. Etcétera.

En definitiva, unos bailarines correctos que nos traen -con la mencionada voz de la bailarina (Karina Champoux) y con la artista multimedia- una interesante propuesta.

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