La XXXII Feria del Libro Antiguo y de Ocasión se celebra estos días, y hasta el próximo 8 de diciembre, en la Plaza Nueva. En ella se pueden encontrar los mejores libros de la literatura universal a módicos precios. Además, el evento celebrará jornadas de cuentacuentos para los más jóvenes.

Ángel Espínola. Míralos, ahí están todos. Bien ordenaditos algunos, arremolinados otros, esperando en fin el paso del tiempo, seguros de su inmortalidad. Son las obras de la XXXII Feria del Libro Antiguo y de Ocasión que comenzó ayer en la Plaza Nueva y permanecerá hasta el 8 de diciembre.

Y no hay lugar más céntrico y sevillano para condensar toda la cultura de la humanidad. Lejos de Larssons, Crepúsculos y Pérez Revertes, los libros de esta feria aguardan literatura, la literatura. Frente a los stands, separado sólo por un mostrador del anciano librero que envejece más que sus libros, nos invade la impotencia. Nos envuelven tristes y rancios, los textos de Lorca, García Márquez, Quevedo, Kafka o Cervantes y  nos duele la certeza de que jamás podremos leerlos todos.

Cuánta sabiduría, cuantas letras necesarias para la vida dejaremos escritas en el fondo de una librería, sin más aliento que el de guardar la más rica de las culturas. Cuando entramos en Plaza Nueva, todos acabamos ‘Enfermos del Libro’, como el título de la obra que lanza la Universidad de Sevilla en ocasión de una feria que nació en 1977.

Viejo y cansado  se arrima el Siglo de las Luces de Carpentier a los Episodios Nacionales tomo Gerona de Galdós, para arroparse de la fría noche sevillana encima del mostrador. Ambos amarillentos, baratos, sin dibujitos de portadas  ni recursos tipográficos de la modernidad. Pero se sienten felices porque sólo los mejores llegan a esta feria, sólo los clásicos mantienen su jovialidad en  estos tiempos.

La Feria del Libro Antiguo apenas si aparece en los periódicos. Es casi tan anónima como algunas obras que se esconden en las polvorientas estanterías de cualquiera de los 24 stands. Quizá porque sean libros viejos y están usados a saber dios por qué manos, quizá porque esta feria no sirva para enriquecer a las grandes editoriales ni a los escritores para darse un baño de multitudes firmando su último libro-basura.

La ocasión de comprar libros a uno o dos euros, de ver las mejores obras de la historia juntas, de pastas homogéneas, desvirgadas porque alguien les quitó el plastificado alguna vez, es única. La Feria del Libro antiguo, cuyo pregón dio el pasado jueves Caballero Bonald, ofrece la oportunidad de darse un baño en la buena literatura.

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