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Ubicada en la sala Cantarera del Palacio Gótico, podrá visitarse hasta el 14 de junio.

El Real Alcázar de Sevilla acoge un acontecimiento cultural de gran singularidad, la exposición ‘Tesoros ocultos: los manuscritos iluminados más valiosos de Europa’, una muestra de las grandes obras maestras de la iluminación que se pintaron en Europa entre los siglos X y XVI.

La exposición que está ubicada en la sala Cantarera del Palacio Gótico podrá visitarse hasta el 14 de junio. La sala Cantarera se abre como sala de exposiciones por primera vez en la historia del Real Alcázar. La sala Cantarera es una de las cuatro salas que componen el Palacio Gótico del Real Alcázar de Sevilla, y la única que permanecía cerrada al público hasta ahora.

Como todo el palacio, fue construida a mediados del siglo XIII por canteros castellanos que se desplazaron hasta la recién conquistada ciudad de Sevilla. La sala fue redecorada en tiempos de Felipe II, y en concreto durante los años 1577 y 1578, por el arquitecto Hernán Ruiz con la magnífica azulejería de Cristóbal de Augusta, como recuerdo de la Boda del Emperador Carlos V e Isabel de Portugal, celebrada en el Real Alcázar de Sevilla en marzo de 1526.

En esta exposición el visitante podrá admirar y hojear íntegramente una veintena de clones de atlas y códices cuyos originales se conservan, ocultos de la mirada del gran público, en las bibliotecas y museos más importantes del mundo, como son; el Metropolitan Museum of Art, Morgan Library & Museum, The British Library, Bibliothèque nationale de France, Biblioteca Nacional de Rusia, entre otros.

Encontrándonos en el Real Alcázar de Sevilla, antigua sede de la Casa de Contratación de Indias, la gran protagonista de esta exposición es la cartografía de la época de los Descubrimientos. Asimismo, campleta la muestra una exquisita selección de obras que abarcan temáticas tan diversas como la religión y la espiritualidad, la medicina, la biología, la alquimia o la sexualidad.

La cartografía, eje principal de esta exposición

La mayor revolución geográfica de la historia de la Humanidad, acaecida en el otoño de la Edad Media y en los albores del Renacimiento, tuvo como protagonista a la Península Ibérica. Fue el tiempo de los reyes Fernando e Isabel y del emperador Carlos V, su heredero, y el del rey Juan II (el Príncipe Perfecto de Portugal) y su sucesor Manuel I.

En el tiempo de una sola generación se realizó lo esencial de los grandes descubrimientos geográficos mutuos y de los grandes encuentros intercontinentales entre civilizaciones, y el mundo se definió como un conjunto de mares y territorios prácticamente idéntico al que hoy en día conocemos. La Cartografía –la «ciencia de los príncipes»– reflejó esa extraordinaria eclosión de los conocimientos geográficos y antropológicos, ilustrada exóticamente con lujosas y exuberantes iluminaciones artísticas.

En esta exposición el visitante tendrá la oportunidad de ver tres de los atlas más excepcionales que se conservan hoy en día, testimonio de una época en que la cartografía era mucho más que un instrumento de navegación: era, sobre todo, un arma de estrategia política.

El Atlas Miller es fruto de las primeras escuelas de la cartografía portuguesa. Realizado en 1519 por los cartógrafos Lopo Homem, Pedro y Jorge Reinel, y por el miniaturista António de Holanda, el Atlas Miller estableció un precedente difícil de superar. De hecho, está considerado por los especialistas como el monumento cartográfico más importante de todos los tiempos. No solo fue un atlas novedoso por sus excepcionales miniaturas, más propias de un libro de horas que de un atlas, sino que su valor geopolítico es excepcional. Es un atlas intrigante y misterioso, porque en realidad oculta la información que aparentemente revela.

Cartografiado en vísperas del viaje de Magallanes, la verdadera finalidad de los portugueses al concebir este atlas era convencer al emperador Carlos V de que abandonase el proyecto de circunnavegación del planeta. Esta es la única explicación que cabe para el planisferio del atlas, donde se representa el mundo como un gran mar rodeado de tierra, lo que imposibilitaría cualquier conjetura sobre la circunnavegabilidad de la Tierra.

La obra cartográfica de Fernão Vaz Dourado, por su parte, se caracteriza por su gran elegancia y finura. Su Atlas universal ha sido realizado con pergaminos de un excelente blancor, el dibujo es minucioso y detallado, y la paleta rica y sabiamente conjugada con la aplicación del dorado. Este atlas parte de una clara intención de delinear, ordenar y explicar el mundo, volviéndolo inteligible a través del lenguaje gráfico y visual. Las imágenes de Vaz Dourado se difundieron con rapidez en la cartografía impresa del Norte de Europa, como es el caso de la inserta en la obra de Linschoten o la difundida en las ediciones de Ortelius. A partir de estas imágenes se elaboraron nuevas versiones por todo el mundo.

Si los portugueses y españoles fueron los protagonistas indiscutibles durante un tiempo, pronto ingleses, holandeses y franceses les siguieron. En el norte de Francia, la prolífica escuela de Dieppe creó el Atlas Vallard, una obra que contiene decoraciones marginales totalmente innovadoras en cartografía. Al igual que el Atlas Miller, una de sus características más notables son sus miniaturas, que reflejan escenas de episodios de colonización acontecidos en el siglo XVI, así como numerosas ilustraciones sobre la vida de los pobladores autóctonos. Otra de las singularidades de este atlas realizado en 1547 es que muestra por primera vez la costa oriental de Australia, 200 años antes que los viajes del capitán Cook, considerado erróneamente su descubridor en detrimento de anónimos navegantes portugueses.