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Teléfonos que suenan insistentemente, gente de un lado a otro gritando titulares, celeridad en la información alzada sobre una pantalla, saltos de página, fotos a tres columnas, cambios en la portada.

La bolsa cae, terremoto en Guatemala, accidente en la M-30 y un goteo incesante de noticias engrosando una mañana auspiciada por el olor a café de máquina.

En el interior, la sala de una redacción quebrada por las emergencias comerciales y el auge del digital, el despertar diario de un periodista ansioso de recibir una exclusiva que le haga marcar un tanto entre una plantilla cada vez más ligera; Reconocerse frente a un sinfín de palabras y retóricas, de nombres y teletipos. “Más de 7 millones de parados en España” y compañeros que recogen sus últimas pertenencias.

Es la redacción de ‘El Universal’ desplegada sobre las tablas del Lope. Cuatro actores que recrean el bullicio propio de una redacción concurrida, donde también confluyen los egos por la antigüedad en la profesión, la ingenuidad por mantener la ética informativa, los celos por los nombramientos a dedo y las presiones derivadas del Consejo Administrativo. Un sinfín de realidades convergiendo sobre la ficcionalidad de un teatro.

Natalia Dicenta, Patxi Freytez, Ana Ruiz y Javier Martín recrean, bajo la dirección de Gabriel Olivares, el escenario de un caso de corrupción nacional a partir del asesinato de un periodista. Duplicando personajes y jugando con la austeridad de un escenario bien empleado, recrean un thiller lleno de humor e intriga.

La intrahistoria no deja de ser un pulso a la libertad de expresión, a los tratos de favor entre el poder político y el informativo, la delgada línea roja entre amar una noticia y prostituirla. La trama bebe de un tema de consecuente actualidad donde los medios acaban destapando los principales casos de corrupción que azotan las arcas y la dignidad de nuestro país; también contribuyen a las mayores campañas de descrédito en función de los intereses del que pone el capital.

‘Última Edición’ acierta en la forma pero se queda vaga en el fondo. En tiempos de precariedad periodística, reivindicar la importancia de la profesión se hace imprescindible. Acercar al público de pie a los entresijos de un medio de comunicación, al taller donde se confecciona a medida de unos cuantos las interpretaciones de la realidad, es, sin duda, un acierto.

Sin embargo la obra representa, con burla y sorna, uno por uno los estereotipos de la profesión, cayendo en algunos casos en la normalización del clientelismo y premiando comportamientos carentes de moralidad: Una moda traslada cada vez a más espacios de crítica y reflexión.

Por otro lado, cabe destacar el papel de los actores y la magnífica interpretación de Natalia Dicenta. El dinamismo de la escenografía consigue recrear varios espacios jugando con los saltos temporales y se apropia de recursos cinematográficos a través, por ejemplo, del envoltorio musical.

Finalmente se impone la ética como vara de medir sobre los intereses políticos y económicos, aunque en la vida real el éxito profesional desbanque con demasiada frecuencia los principios y valores sociales. Algo de eso pone de relieve el director en esta producción, dejando que sean los espectadores los que juzguen su propia realidad.

“Lean la cabecera que lean, consuman el periódico que consuman: sean ciudadanos informados”.