Es difícil pensar que un elemento tan basto como el hierro pueda adquirir la elegancia y la majestuosidad que el Puente Isabel II irradia en su día a día.
Pasar por su lado y no posar la vista en él más de lo necesario es misión casi imposible, su magia embebe al turista y al autóctono. Casi nadie le llama por su verdadero nombre ya que el arrabal más popular se la capital decidió apropiarse de él consciente de la belleza de albergaba. El Puente de Triana cumple este lunes 162 años desde su inauguración, cuando las dos orillas de Sevilla decidieron unirse de forma estable consolidando el sistema socioeconómico del lado derecho del Guadalquivir.
Diseñado por los ingenieros Gustavo Steinacher y Ferdinand Bennetot, este puente sustituyó al famoso e inestable puente de las barcas, construido en el año 1171 bajo gobierno del califa almohade Abu Yacub Yusuf, excluyendo por completo a la madera en su construcción. Así, esta infraestructura se convierte en el primer puente de hierro y piedra de la capital hispalense e inspirado en el Puente Carrousel, hoy desaparecido, que se levantaba, en París, sobre el río Sena.
En la orilla de Triana se estableció una gran rampa de contención que llega hasta la calle de San Jorge. Se impuso que las piezas de fundición fuesen construidas en España, en concreto en Sevilla, en los talleres de los hermanos Bonaplata.
Monumento histórico desde 1976
El puente fue declarado Monumento Histórico Nacional el 13 de abril de 1976. Un año más tarde, en 1977, fue restaurado según proyecto del ingeniero onubense Juan Batanero, dirigiendo las obras el ingeniero sevillano Manuel Ríos Pérez. Por esta reforma, se instaló un nuevo tablero y los arcos dejaron de tener función estructural, quedando como elementos puramente decorativos.
A pesar de su longeva edad, el puente continúa a día de hoy siendo la conexión más hermosa que posee el río Guadalquivir y, probablemente, el más fotografiado y famoso de la ciudad.