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Vicky Peña hace una revolución íntima en su carrera, interpretando en las tablas la vida de María Moliner, obra escrita por Manuel Calzada y dirigida por José Carlos Plaza.

Cuando por primera vez Vicky Peña tuvo en sus manos el enorme libro que es El Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, se preguntó: “¿ella sola fue capaz de hacer todo esto?”.

Sí, lo fue; tardó quince años en hacerlo. Pero sorprende más saber que esa misma mujer causó, sin tener que alzar la voz, revoluciones en las instituciones españolas más poderosas del siglo XX. Ella nunca las enfrentó, fueron aquellas las que quisieron detener a María Moliner, callarla, relegarla. Primero, por mujer; después, por republicana; y más tarde, de nuevo por ser mujer.

Pero su disciplina y tenacidad eran indetenibles. Y Vicky Peña, consagrada y merecedora de múltiples reconocimientos en las artes escénicas, lo expresa con admiración y orgullo ahora que es protagonista de la obra que rinde tributo al legado más importante que María Moliner entregó en vida a la cultura española y en general a las Letras.

El Diccionario es la puesta en escena de los momentos tristes y felices de María Moliner en su intimidad, en las que José Carlos Plaza (director) y Manuel Calzada (escritor) buscan honrar las dificultades que la aragonesa atravesó para escribir a pulso su propia versión del diccionario de la lengua española “que ni la misma Real Academia pudo corregir”.

El director y el escritor tuvieron también sus propias autodefiniciones al enfrentar los dilemas de esta obra teatral, reescribiendo textos en los ensayos y luego perfilando lo que sería la versión final que desde 2012 está siendo presentada en múltiples escenarios y que llega desde el 28 al 30 de noviembre al teatro Lope de Vega.

La vida entera de María Moliner, nacida en Zaragoza en el año 1900, fue una revolución. En 1921 tuvo su primer acto de gallardía al ser la única estudiante femenina en la Universidad de su ciudad natal. Estudió Historia, pero dedicó su vida a la filología y la bibliotecología, donde perdura su legado.

A pesar de que al final de la República era ya una respetada directora de bibliotecas, pedagoga e investigadora cultural, con la llegada del franquismo su carrera fue bajada dieciocho niveles en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.

Pero antes que detenerla, este tropiezo y las dificultades económicas de su familia la llevaron a cumplir su labor y a emprender la titánica tarea que hoy el mundo admira, y que en su época causó un contundente estupor.

De 1952 a 1967, María Moliner “escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. Un día se levantó a las cinco de la mañana, dividió una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin más preparativos. Calculó que lo terminaría en dos años, y cuando llevaba diez todavía andaba por la mitad.

En 1967 -presionada sobre todo por la Editorial Gredos, que la esperaba desde hacía cinco años- dio el diccionario por terminado. Pero siguió haciendo fichas, y en el momento de morir tenía varios metros de palabras nuevas que esperaba ver incluidas en las futuras ediciones. En realidad, lo que esa mujer de fábula había emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida.

En 1972 su candidatura se presentó en la Academia de la Lengua, pero los muy señores académicos no se atrevieron a romper su venerable tradición machista. Ella se alegró cuando lo supo, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el discurso de admisión. «¿Qué podía decir yo », dijo entonces, «si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?».”, diría sobre su tarea el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.

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