Manuel, el hospitalero saliente, y Maria Suzanna, la hospitalera holandesa, en la azotea del Albergue municipal de Castilblanco de los Arroyos / Juan Carlos Romero

Las peregrinaciones son espacios de encuentro. De conocimiento, por la necesaria relación con otros, y de reconocimiento de uno mismo. El camino es una vía de acceso a un lugar esperado: objetivo y físico, o propio de la subjetividad y de la espiritualidad.

Lejos de las arenas, del ritmo de los tamboriles y de las flautas, un hombre descansa sobre un colchón en el suelo de la recepción de un albergue en la Sierra Norte de Sevilla. A escasa distancia un gracioso, fresco y colorido ramo de flores del campo destaca sobre una mesa minúscula, desbordada con una libreta, una cuadernola de mapas con las etapas venideras, y el sello que habrá de estamparse sobre la cartilla y credencial de los caminantes. Respetando el silencio del lugar, solo musitado por los pájaros de su entorno, aguardo una atención sin advertir de mi presencia al señor durmiente, para no perturbar su sueño.

Vía de la Plata en Sevilla

Escasamente reconocida en Andalucía, la Vía de la Plata recibe a miles de caminantes en un trasiego constante a lo largo del año. Parten en peregrinación desde la Catedral de Sevilla hasta la de Compostela. El albergue de peregrinos de Castilblanco es municipal. Se inauguró en 1999 siendo el primero de la Vía de la Plata en Andalucía. En marzo ha abierto remozado y, según el libro de registros, recibe una media de 20 peregrinos por día en temporada alta. Sólo en la última quincena, hasta la primera mitad de mayo, este servicio sumó más de 400 pernoctaciones.

La tarde abraza sus últimas luminarias, todavía fuertes mientras en el interior de este edificio Maria Suzanna baja las escaleras con singular trapío y una sonrisa ancha bajo sus lentes. Con voluntad practicamos espanglish para suplir sus carencias en el español, y las mías con el inglés. Por el albergue de Castilblanco han pasado hospitaleros de Jaca, Mataró, Logroño, Murcia y Montellano. Maria Suzanna asume esta mañana su función de manos del hospitalero saliente, y a demanda de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago por la Vía de la Plata en Sevilla, que precisaba cubrir la plaza vacante para la segunda mitad de mayo. Es la sexta hospitalera de un espacio que en marzo abrió sus puertas remozado y, según el libro de registros, recibe una media de 20 peregrinos por día. Sólo en la última quincena, hasta la primera mitad de mayo, sumó más de 400 pernoctaciones. 

La hospitalera Suzanna me guía hasta la azotea donde en varios corrillos los huéspedes departen en un balbuceo por diversos idiomas la peripecia de sus últimas horas. Los muros del interior del edificio estan decorado con postales a gran tamaño de Castilblanco: no hay elementos o símbolos religiosos en este espacio público. Nos sentamos a charlar aparte. La visión, desde aquí, es de una panorámica de este pueblo serrano que baja desde el cerro de La Malena: no pocos caminantes con dotes de artista han reproducido esta imagen en el libro de visitas del albergue. Profesora de vocación y de profesión en Holanda, Suzanna está jubilada y es natural de Middelburg. En sus primeras horas por el pueblo se ha percatado de que hay muchos bares, y una sola biblioteca. «En Andalucía es normal» acierta a decir. El año pasado, con varios caminos de Santiago sobre sus pies, decidió junto a su marido ponerse al otro lado de la experiencia del caminante. Propina su hospitalidad desde un sencillo albergue levantado en Cerro Muriano, Córdoba, al costado de la senda del Camino Mozárabe que viene de Málaga y de Granada, y atraviesa Córdoba para confluir en Mérida con la Vía de la Plata.

Como ocurriera en 1999 con la apertura del primer albergue de la Vía de la Plata en Andalucía, en Castilblanco de los Arroyos han sido pioneros también más recientemente en garantizar la hospitalidad al caminante con la recuperación, en los primeros meses de 2013, de la figura del hospitalero. Siglos atrás, el insigne escritor Miguel de Cervantes, inmerso en el trasiego de sus labores como recaudador de impuestos de la Corona, citaba la localidad como punto de partida de su novela ejemplar Las dos doncellas. Hablaba de un lugar que se llama Castilblanco, a cinco leguas de la ciudad de Sevilla, y citaba que en uno de los muchos mesones que había, entró el caminante en el que centraría luego su narración. Daba cuentas Cervantes de dos claves: el lugar de paso, y la atención al caminante en esos viejos hospicios. También cuentan en el pueblo cómo Garcí Perez de Vargas con las tropas de los reyes de Castilla al filo de la primera mitad del siglo XIII, en estos mismos caminos, monta su campamento en la zona de Fashcardiel. Y al prodigarse el trasiego entre el Norte y el Sur conquistado, habría de erigirse una ermita para la oración de los cristianos, que daría lugar a la advocación de la Virgen de Escardiel.

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En la torre de la Iglesia del Divino Salvador las campanas llaman a la misa de las ocho cuando a la charla se suma un tercero.

– Yo soy ‘el Manué’, se presenta con un acento andaluz que no he oido antes en el albergue, donde priman voces de otras tierras.

Maria Suzanna se esfuerza en tratar de explicar en su español que ‘el Manué’, un hombre de sesenta y no muchos, es el hospitalero saliente. Atando cabos, es también el señor durmiente que dejamos en el descansillo de la primera planta del albergue. Manuel Ortíz viene de Montellano, en la Sierra Sur, donde ha dejado a su esposa, a sus tres hijos y a su nieta. Ha hecho cuatro veces el camino de Santiago, y estas dos semanas como hospitalero en Castilblanco han sido la previa para emprender la marcha a su primer camino por la Vía de la Plata.

En contra de lo que pudiéramos imaginar, salvando los prejuicios y los hábitos de sedentarismo que atribuimos a las personas mayores, un perfil del peregrino muy repetido es el de una persona de entre 50 y 70 años. De complexión atlética, de mente inquieta y con un nivel socio-cultural alto. A las arenas de esta peregrinación se lanzan por una noción más espiritual que festiva o religiosa. El Camino de Santiago no es una romería. El fin en pocas ocasiones está en la imagen del santo en Compostela sino en el camino mismo. Extraer de la experiencia del camino una paradójica metáfora de nuestras vidas: 1001 kilómetros de la Vía de la Plata, para sintetizar la ‘vía’ de cada persona.

A Manuel un taxi lo llevara hasta la finca de El Berrocal, en la entrada al parque natural de la Sierra Norte de Sevilla, desde donde avanzará hasta el prominente cerro del Calvario. En su descenso estará pisando ya el callejero de Almadén de la Plata, y habrá superado una etapa más. En este contexto de dificultades, asegura convencido, Santiago es una meta alcanzable. “Algunas personas que nos ven, y nuestros seres queridos preguntan por el peso de la mochila y los problemas que están ahí y que no estamos libres de que podamos tener: no saben el peso que yo me quito de encima cuando me echo la mochila al hombro y empiezo el camino”, explica el hospitalero saliente.

«Te permite encontrarte a ti mismo para que puedas encontrar a la persona que tienes en frente: ¿cuántas veces hacemos juicios de alguien y no nos conocemos a nosotros mismos?», se pregunta. Manuel no puede contener en sus palabras la sentida pasión por lo que ha vivido, y el re-conocimiento que se dispone a experimentar.  Dormía en el descansillo porque acababa de pasar horas antes el testigo de hospitalero a Maria Suzanna, y no era su intención apropiarse de una cama del albergue que podría necesitar un peregrino.

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El hospitalero Manuel tiene dos medallas sobre el cuello. Una es una especie de amuleto, símbolo de su condición de hospitalero. La otra es una cruz. Es creyente. Ha hecho un curso para asumir esta función que pone a prueba «hasta dónde llega tu capacidad de aguante al prójimo». Extrae valores del cristianismo aunque reniega de los dogmas y la deriva del culto católico.  “Admiro a Jesús como a Gandhi, a Luther King o a la madre Teresa de Calcuta, y la Iglesia tiende a confundir a la persona creyente: lo malo de la religión es la Iglesia como tal”, explica. No conforme con el argumento, pone un ejemplo: “veo a Dios en la naturaleza. En la liebre que se esconde a mi paso, en los pájaros que cantan y sobrevuelan entre los árboles… en la libertad, y cuando entro en una iglesia lo pierdo”.

Cada camino es un artificio de la subjetividad del caminante. Solos, por parejas o en hasta en grupos, narran los hospitaleros, se aborda el desafío. Silente o bullicioso, caro o barato, en el tránsito todo dependerá de la voluntad de uno mismo. Los albergues no son caros, se sostienen normalmente con donativos de los peregrinos. Tienen los útiles fundamentales para el aseo y descanso del personal. Si el huesped precisa servicios extras deberá buscarlos en otro espacio diferente al albergue y alojarse en casas rurales u hoteles al concluir su etapa.

Los conversantes llevan sus percepciones al papel; comparten citas, poemas, recuerdos que vienen y se van en unos días, quién sabe si para volver en algún momento a nuestro encuentro. «No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros» cita Maria Suzanna de un pasaje de los evangelios, y Manuel le replica: «sufrimos por el futuro, nosotros pensamos que los pájaros son libres porque vuelan pero también bajan cuando les echamos pan».

Citando a San Pablo, Manuel sostiene que el hombre es siempre un peregrino, y apunta a lo que llevan los huéspedes -una mochila- para advertir que teniendo la disposición no es necesario tener mucho más. «Hace unos días recibimos a un peregrino de 80 años y pensé: todavía me quedan por lo menos 12 años por delante, 12 caminos».

– ¿De dónde saca la fuerza?

– Cuando estás cansado, o bloqueado… o como sea que te sientas un poco mal, anda varios kilómetros y se te quitan las malas vibraciones: se van como las gotas de sudor, contesta el hospitalero saliente.

Antes de despedirnos, ‘el Manué’ abre su libro de anotaciones, y voluntarioso como en el primer instante recita un poema a viva voz. Maria Suzanna lo observa sonriente, escucha, capta los giros y las palabras, aunque no todas las comprende. Suena el teléfono que advierte la llegada del taxista y nos dirigimos a la recepción que ha sido nuestro punto partida. “Hasta que no regresas a tu casa no te das cuenta de lo que hecho este tiempo”, dice Manuel cerrando su libro de citas.

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