Eduardo Mendoza en la presentación 'El eneredo de la bolsa y la vida'/ Paula Romero

Eduardo Mendoza vuelve a Sevilla para presentar su última novela, ‘El enredo de la bolsa y la vida’.

Este escrito barcelonés, precursor de las novelas policíacas en España y un gran «paseante curioso y solitario» de las ciudades y el entorno, vuelve a darle vida al detective loco al que algunos se han empeñado en llamar Ceferino. En esta cuarta entrega que se inició con ‘El misterio de la cripta embrujada’, ‘El laberinto de las aceitunas’ y ‘La aventura del tocador de señoras’ se usa la crisis financiera que asola Europa como telón de fondo, juega con la actualidad del momento e incluso hace alusión a la canciller Angela Mérkel.

Tras años en el sanatorio mental, el detective recibe una propuesta de su compañero de celda. La extraña desaparición de éste le llevará a desmembrar un atentado terrorista contra Mérkel que el sabueso y frenopático, junto a su pandilla, tendrá que desactivar.

«Yo empecé queriendo escribir libros serios. O no tan serios pero sí ambiciosos». Pero Mendoza reconoce que la libertad que da una novela humorística no es comparable con el hermetismo que supone una novela seria, basada en hechos reales o históricos donde la perspectiva temporal ha de ser bastante considerable. Así, con esta novela se pone de relieve el lado más pintoresco, callejero y sátiro del escritor quien además reconoce que «la realidad es muy imaginativa. Entonces qué pasa: que la prensa está obligada a ser muy realista y por tanto a equivocarse. En cambio, los que escribimos ficción nos inventamos las cosas y acaban pareciéndose más a la realidad».

Mendoza es amante de los viajes en soledad, del transporte público o del mercado, capta así todo lo que sucede a su alrededor, alcanza toda «la extensión de la vista». Reconoce escribir sobre todo lo que ha «visto con el rabillo del ojo y que son casi invisibles de ver por lo normales que son». Menciona al basurero, al peluquero, al que toca el acordeón o al repartidor de publicidad entre todos esos personajes que son muy singulares y «que no los vemos porque forman parte del paisaje urbano». «La realidad, como las ciudades, es compleja e inesperada».

Seguidor de las ciudades, asegura que hace turismo por su barrio y menciona que éstas «evolucionan formal y profundamente». Así, él ha acontecido «un cambio en la Barcelona de mi infancia achacada por la guerra, luego la de las transformaciones y la transición con la Barcelona ácrata, después la Barcelona olímpica y ahora la de las peluquerías vacías y el bazar chino».

Es esta última entrega sigue con el hilo policíaco aunque asegura que al protagonista, que siempre consideró su «alter ego», también se va haciendo mayor. «Ya tiene gana de jubilarse pero no le dejan» confiesa Mendoza y añade que «aunque le pasan los años, no tanto como los reales porque si no estaría para el desguace».

El escritor juega con la situación sociopolítica actual y alude a que «somos un país que llevamos una larga etapa histórica en una extraña posición de país casi rico» en la que estamos «bien acomodados pero con cierta fragilidad económica». «Vivimos una etapa sin precedentes. Habíamos sido pobres y nos habíamos hecho a la idea, después nos hicimos ricos y ahora no sé qué vamos a hacer».

Eduardo Mendoza concluye destacando una graciosa anécdota cuanto menos real sobre una tía suya «muy buena persona, beata, una mujer de misa y novena» que poseía una institución que por entonces había en España denominada ‘pobres vergonzantes’ que se dedicaba a socorrer, en máximo secreto, a los ricos que habían dejado de serlo. Ahora la situación de España no pasa por su mejor momento y el escritor avecina, poco esperanzador pero manteniendo su habitual sonrisa, que «a lo mejor España se convierte en el primer país pobre vergonzante de la Historia».

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