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La compañía The Graffiti Classics ofreció un espectáculo con altibajos en La Imperdible.

Pocas veces acudir a un concierto de un cuarteto de cuerda británico puede ser tan divertido como resultó ayer en la Sala La Imperdible. Un violonchelo, un bajo, dos violines y sobre todo, el humor de los instrumentalistas, protagonizan ’16 cuerdas con mucho ritmo’, una obra que, pese a mostrar una calidad musical sublime, no posee la originalidad teatral que se prevé tras leer su sinopsis.

En la minúscula y calurosa sala de La Imperdible, un teatro en el que desde la entrada al hall todo es cortesía, los cuatro británicos no dejaron de tocar sus instrumentos durante casi hora y media. Composiciones clásicas de Beethoven, pero también estilos como el jazz, el tango e incluso bandas sonoras de películas fueron bordadas en su interpretación.

Y en medio de esta vorágine musical, llega el humor. El encargado del bajo se echa el peso del aspecto cómico de la obra a sus espaldas. Saca la carcajada con su refinadísimo humor inglés, anima constantemente al público a participar, e incluso se excede en algunos momentos que pudieron molestar a ciertos espectadores.

Se echa en falta más intervención de los otros componentes del cuarteto, y la intercalación de algunos números lentos en su repertorio amilana un poco al público. Sin embargo, Cathal Ó Dúill, el contrabajista, está sobrado de arte y se gana a la audiencia con sus gestos, su canto y sus efectos sonoros. Es un showman, y separa a la perfección los buenos momentos musicales de aquellos dedicados a jugar y reír.

La obra de The Graffiti Classics no es todo lo innovadora que parece, y algunos chistes recurren a tópicos, pero su espectáculo es una oportunidad única de disfrutar de la música, de una música exquisita, y al mismo tiempo de reír y disfrutar como niños en una fiesta de payasos. Y es que, 16 cuerdas dan para mucho.

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