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Crítica. La película de John Wells cuenta con un atractivo reparto para abordar las consecuencias de la crisis económica, que también afecta a los que ayudaron a provocarla.

 

La crisis financiera que asola desde el pasado año 2008 buena parte del mundo occidental se ha constituido, además de como un auténtico quebradero de pesares para políticos ineptos y corruptos, en una fuente de inspiración para la legión de creadores que pululan por Hollywood con hambre voraz de nuevas ideas y acontecimientos que narrar. Pasados unos años, incluso podremos hablar de un subgénero cinematográfico en torno a las causas y consecuencias de la depresión económica, con películas como la que hoy reseñamos, Wall Street 2 o todas aquellas que aún se encuentran en fase de producción; complementando la nutrida oferta documental que analiza con mayor profundidad el asunto, donde sobresale la recientemente estrenada en nuestro país Inside Job.  

The Company Men es, ante todo, un buen ejemplo de cine de diván. Las hondas heridas ocasionadas por el colapso del sistema reclaman una reflexión acorde con la gravedad de los hechos que, de alguna manera, provea de las claves pertinentes para la comprensión de tamaña catástrofe. Se ha vendido tanto humo que, cuando este se ha disipado, la claridad del cielo ha permitido vislumbrar la mentira en la que hemos estado viviendo durante años. Tanto es así que no sólo los ciudadanos de a pie, el eslabón más débil de esta maquinaria implacable, han sufrido los efectos del síncope del capitalismo; los directivos enfundados en elegantes trajes con maletín incorporado también han sentido en primera persona las secuelas de las vergonzosas estrategias de expansión de sus empresas, que, golpeadas por el súbito y caprichoso vaivén de las acciones, no han tenido más salida que recortar plantilla entre sus atribulados hombres de negocios.

Ahora, como el  Bobby Walker de The Company Men, estos ejecutivos deben enfrentarse a una realidad exenta de primas y retribuciones desorbitadas aunque con un extenso sumario de hipotecas correspondientes a los numerosos caprichos facilitados por un nivel de vida insostenible. No obstante, lo más difícil no es renunciar al Porsche recién comprado o al exclusivo club social del que se es miembro, sino reconocer, en el íntimo pesar del desempleado, que todo ha acabado, que las oportunidades brindadas a tu familia son desterradas de raíz, que ya eres uno más en la gran masa de perjudicados y una nueva vida te espera para ser construida.

El personaje interpretado por un competente Ben Affleck sufre lo indecible antes de percatarse de todo ello, sin embargo, una vez que la vergüenza se difumina por la necesidad, toma conciencia de todo lo que ocurre a su alrededor: su estatus de director de ventas de una importante empresa internacional pronto queda reemplazado por el de un peón de obra que lucha cada día por conseguir un sueldo digno. Lo curioso es que, como espectador, nunca se siente ni el más mínimo ápice de lástima por las derivas de Walker y sus veteranos compañeros de fatigas, pues la certeza de que han estado lucrándose de forma injusta durante años a costa de los verdaderos trabajadores se antoja más poderosa que el drama personal de cada uno de ellos.

Quizás ese extrañamiento emocional con los personajes de la película de John Wells sea una de las razones de un producto demasiado gris que genera más indiferencia que pasión. Suerte que Wells cuenta con un atractivo reparto encabezado por el citado Ben Affleck y secundado por Tommy Lee Jones, Chris Cooper, Maria Bello y un entonado Kevin Costner; que, junto a una dirección eficaz, elevan hasta ciertas cotas de calidad el resultado final. The Company Men, al fin, aporta un enfoque interesante al tratamiento de la crisis económica mostrando los frutos envenenados de una época de bonanza desenfrenada entre aquellos que colaboraron en fomentarla. La principal moraleja extraída es que los ricos también lloran y, desde nuestra posición de meros ciudadanos de segunda, no podemos dejar de experimentar cierto regocijo ante el derrumbe de unas vidas cimentadas sobre el barro de nuestro trabajo.

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