Con una adaptación libre del clásico de Tennesse Williams ‘La gata sobre el tejado de zinc caliente’ se despide de la dirección del Teatre Lliure Àlex Rigola, uno de los grandes de la actual escena nacional e internacional y cuya carrera ha seguido muy de cerca Manuel Llanes desde el Teatro Central, adonde en los últimos años ha traído, entre varios otros títulos, el ‘2666’ Premio Max al Mejor Espectáculo Teatral 2007 y el también extraordinario ‘Nixon-Frost’ de la temporada pasada. 

 

‘Gata sobre tejado de zinc caliente’ es la versión del texto que en 1955 dio el segundo Pulitzer a Tennessee Williams (en 1948 fue el primero: ‘Un tranvía llamado deseo’, en cartel ahora con dirección de Mario Gas en el Teatro Español, Madrid).Y bien, esta ‘Gata…’ es una magnífica versión del director catalán, que adapta y dirige para plantear dos temas fundamentales sobre el escenario: la incomunicación con las personas que se tienen más cerca y la imposibilidad de vivir con normalidad la homosexualidad, punto éste, por cierto, que censuraron los estudios de cine para el film de Richard Brooks con Paul Newman y la recién desaparecida Liz Taylor.

Why is it so hard to talk?, dicen letras de neón sobre el piano, en un extremo del escenario. Preciosa escenografía de Max Glaenzel, una suerte de habitación-pasillo que alarga esa distancia entre los personajes, seres que viviendo juntos están lejos, que se esconden la verdad a sí mismos y a los demás por codicia, hipocresía y malicia.

En la otra punta de la escena está la cama, bajo un árbol seco, sin hojas ni frutos. El suelo es el campo de algodón que dio fortuna al abuelo. La iluminación es baja y con todo esto y el piano en directo del magnífico Raffel Plana, el espacio se convierte en mundo onírico.

Rigola se queda sólo con las tres parejas de la historia: los abuelos, los dos hermanos y sus mujeres. El papel de Maggie, la gata -Chantal Aimée- es complicado: da título a la obra y la comienza, pero aparece lleno de fuerza Big Daddy -Andreu Benito, que además está magnífico- y le roba un protagonismo que también queda repartido, por supuesto, con Brick -Joan Carreras, otro grande-.

El ambiente es tenso y asfixiante; las palabras, altas y duras. Se plantean los temas y se dejan abiertas cuestiones: sugerida una posible homosexualidad también de Big Daddy, misógino hasta el extremo y confeso de nunca en 40 años haber disfrutado de su mujer.

La falta de comunicación y valentía que este drama implica vive un momento de catarsis cuando la música de ‘Song to the siren’ sube, lo envuelve todo y tapa las voces de los actores. La abuela decía entonces: “tenemos que querernos todos”.

La música, que pronto baja para volver a la palabra, podría haber sonado hasta el final de la obra mientras unos subtítulos nos contaran qué se seguía diciendo sobre el escenario. El propio Rigola reconoce tener la tentación y sería una opción rompedora.

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