La primera regla de un Viernes es no dormir, que no es lo mismo que no dormirse; pues no es lo mismo la obligación que el deseo, tendiendo a confundirse a menudo lo primero con lo segundo. Dicho esto, comience la mañana con la virgen de la Esperanza por calle Feria, esa calle que -como dice un gran amigo poeta- es una calle real de pueblo venida a más.
El Cachorro, el Cristo al que escribió Machado, avanza poderoso por Reyes Católicos peleándose con la Ciudad como discutiendo a ver quién tiene los brazos más largos para abrazar el sol y la muerte. La O tiene un sabor que no hay que desperdiciar cuando se despide de su barrio. Busque la cofradía por el final de Castilla llegando a San Jacinto y viajará a otro tiempo en el que será niño.
La Carretería impresiona de principio a fin. Cualquier sitio a su vuelta por su barrio del Arenal es bueno para disfrutar de la hermandad fundada por el gremio de toneleros. El nazareno de San Isidoro y la Virgen de Loreto regalan instantes de belleza inigualable desde su salida de la Catedral. Si hay un cortejo que no hay que perderse este viernes este es el de la Hermandad de la Alfalfa.
La Soledad de San Buenaventura tiene a una niña que llora que no puede dejar usted sola en el sufrimiento. Si quiere ver a donde llega el señor del Gran Poder para ser crucificado no puede dejar de ver al impresionante crucificado de la Conversión por Castelar. La virgen de Monserrat guarda el luto lorquiano en la revirá de esta calle a Molviedro con un acompañamiento musical que no hace falta citar, pues es inolvidable.
Por último, si quiere tener el frío y el sabor de la belleza en los labios, siga al imponente cortejo de la Mortaja, pues sentirá la presencia de la misma muerte y de Los dieciocho testigos del amortajamiento de Cristo. Después de esto, nada mejor que un viaje a otros tiempos, o si lo prefiere al Garlochí, que es otro tiempo que jamás pasa de moda.
