ross concierto marchas

Anoche, en el Teatro de la Maestranza, la Sevilla cofradiera se dio un homenaje para los oídos de esos que se comentan por Whatsapp nada más salir del concierto, o al día siguiente entre cafés y tostadas. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla deleitó al público con ocho marchas clásicas salpicadas por cuatro saetas, cantadas en las voces de Erika Leiva y Manuel Cuevas.

Comenzar un concierto con la marcha Amarguras, de Font de Anta, garantiza dos cosas: la primera es que los presentes se van a emocionar desde el minuto uno; la segunda es que todo lo que suene después de este himno oficioso de la Semana Santa de Sevilla parece tener menos transmisión. Y es que Amarguras es capaz de eclipsar a la mejor de nuestras orquestas y al mejor de nuestros saeteros.

Aunque antes, a modo de prefacio, la orquesta regaló unas pinceladas de Margot entremezcladas con sones de Soleá dame la Mano mientras un narrador comenzaba su recorrido por las cofradías sevillanas de cada día de la Semana Grande. Precisamente, la voz del narrador sería la encargada de ir presentando las marchas y las saetas. Así, los profesores de la ROSS pusieron sobre sus atriles Jesús de las Penas, del maestro Pantión, ejecutándola de manera deliciosa. Le siguió la inmortal obra de Farfán Pasan los Campanilleros, “la primera marcha alegre de la historia”, como decía el narrador. Para entonces, el público estaba encantado y aplaudieron emocionados la joya del cordobés José de la Vega que lleva por título Valle de Sevilla. También embelesaron Sevilla Cofradiera del compositor jiennense de Jódar Gámez Laserna o Procesión de Semana Santa en Sevilla del maestro maño enamorado de Andalucía Marquina.

La Madrugá, como Amarguras al inicio, marcó otro punto culminante del concierto. El propio compositor de la obra, el músico teniente coronel Abel Moreno, se encontraba presente en el patio de butacas. Craso error que el maestro Colomé no lo levantara o le hiciera acercarse hasta el escenario para saludar. Era el único compositor vivo de los que se programaban y Sevilla se perdió esa foto. A propósito, la labor del maestro José Colomé fue entusiasta y precisa frente a los músicos de la ROSS. Quizás el hecho de indicar ciertas entradas o matices sin necesidad de marcar constantemente el compás de cuatro por cuatro o compasillo de las marchas, de sobra interiorizado en las cabezas de los músicos de la formación, hubiera embellecido aún más la elegante labor del director sevillano. El propio Colomé fue el encargado de transcribir para orquesta sinfónica la marcha Aquella Virgen, del maestro Gómez de Arriba, y el resultado fue satisfactorio: la obra sonó fiel a la partitura original, igual de evocadora y añeja. Por desgracia, no sucedió lo mismo con algunas de las marchas anteriormente citadas, ya que el arreglista se permitió la licencia de añadir ciertos detalles en el contrapunto y la percusión que no aparecen en la particellas originales de esas piezas. Quizás no habría que olvidar el respeto a las composiciones originales y que Gámez Laserna, Farfán, Font de Anta, De La Vega o Pantión no necesitan ni un punto ni una coma más sobre lo que escribieron.

Igual de evidente que lo anterior es que ni la barandilla de la tarima del director de orquesta es un balcón de la calle Cuna, ni el patio de butacas del Teatro de la Maestranza se parece a la Plaza del Museo llena de almas emocionadas escuchando una saeta por seguiriya. Aún así, tanto Erika Leiva como Manuel Cuevas hicieron que con sus saetas, al cerrar los ojos, los presenten en el teatro sintieran transportarse a una noche de Semana Santa por las calles estrechas del centro de Sevilla. Ambos conectaron con el público en las dos saetas que interpretaron cada uno, siempre intercaladas entre las marchas que ejecutaba la ROSS. Y a los dos les sucedió lo mismo: el torrente de voz se desplegó con más soltura y precisión en la primera de las saetas que en sus segundas respectivas. Cuevas, en su segunda intervención, llegó a dibujar un silencio de tres largos segundos antes de rematar la saeta. Se tocaba la chaqueta y se agarraba a la barandilla de la tarima del director como quien busca no perder el equilibrio. Todos esperaban el remate agudo que selló en La Campana en presencia del Rey Felipe VI, y en tantos otros balcones sevillanos, pero no llegó a esa tesitura. Quizás le faltaba a Manuel el aroma a incienso y azahar o el rumor de una plaza expectante. O seguramente le sobraban los focos que le alumbraban sin dejarle ver las caras de emoción entre el respetable.

El público casi llenó el teatro para escuchar la música instrumental de la ROSS y las voces de los saeteros, pero no esperaban que la voz de un narrador invisible vertebrara todo el concierto. Y fue justo ese el elemento que quizás desequilibró la tensión musical de la cita. Significativo fue que tras la última marcha del programa, Procesión de Semana Santa en Sevilla, no se pidiera el bis de rigor. El respetable estaba un poco cansado de tanta descripción sin imágenes de fondo que la acompañaran. La insistencia de la prosa del narrador privó al público de la música de Amarguras al final del concierto. A cambio, muchos salían del teatro silbando los últimos compases de la marcha que un compositor de Catalayud regalara a la Semana Santa de Sevilla.