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La Ciudad y la Mujer tienen algo en común: mirarles a los ojos supone contar secretos; contar secretos significa echar de menos al confidente aunque la lejanía se mida en milímetros. En aquellas madrugadas de viernes cualesquiera las campanas no suenan, no. En aquellos amaneceres  de eternidad latente la ciudad es una mujer desnuda que entre sábanas se limpia las lágrimas por el dolor por la muerte del amante.

El amante de la ciudad, el morador, ha sabido crear una nueva fe sobre el pilar fundamental de un rostro que inspira la palabra más hermosa: Gracias. Hablar de El Señor no es hablar de Jesús, aquí no. Jesús es Jesús para el mundo, y Juan de Mesa hizo a Dios para que morara en esa mujer que tiene forma de S de un río que vive y muere en noches en las que los poetas elucubran y deliran entre humo de puro y amargor del peor café.

Su nombre no es como el nombre de todos los padres. Los niños se aferran en esta mañana de domingo al clavo templado que es la mano del padre, de la madre, del abuelo… la mano encarnada del creador. De ese que se abre paso por esa antigua Calle de Génova. «Parece que sonríe», dice alguno. «¿Cómo puede ser que a la muerte se vaya tan dignamente?», me pregunto yo. Va andando el Señor del Gran Poder, acariciando la piel de la ciudad y responde lo mismo a quienes le preguntan si deben tener miedo, «Vosotros no, en días como hoy no».

El Señor tiene por amiga a esa serpiente que su cabeza oprime. «Ya nos va quedando menos, un poco más», parece decirle. En las esquinas corre la luz y el rumor de las campanas que parecen sonar por el hombre que camino de la muerte reparte misericordia dignamente. No se trata de creer. No es necesario creer. Cuando se le ve andar, quien no cree quiere creer. Y esto último es lo que cuenta. Un pensamiento desde la sombra de las calles que alumbra el camino. Misericordia. Los vencejos vuelan con un nudo que hace callar su canto. Y él es quien puede desoir las campanas que doblan hoy… porque no somos de este mundo y hoy la ciudad es una isla sin continente.

La leyenda de la ciudad se forjó en las calles y va tomando brillo en días como hoy. En la doble distancia algunos volvemos al origen que cada día necesitamos. Como el poeta, se necesita distancia para tomar conciencia del amor por la ciudad a la que en cierto momento se le coge manía. El Señor hoy ha vestido el domingo de Jueves, y sigue instituyendo, con su Gran Poder, esa fe que sólo aquí mora y se hace grande. No es una fe cristiana, es una fe en la ciudad, una creencia -que va mas allá de lo comprensible- en quien surgió del alma de un maestro cordobés. 

Que puede llover, quemar el sol; matar el alma el frío. Pero la vida es eso, la apabullante verdad de la mirada misericordiosa de quien hoy domingo salió recordándonos que no existe el miedo a la tragedia o al amargo fin. ¿Palabras?, No. ¿Misericordia?, Si. Y como dijo Aleixandre, Las palabras mueren, bellas son al sonar, más nunca duran. Que nunca duran porque todo empieza y acaba en nosotros, que somos el gran poder del Gran Poder. Próximo el fin de las palabras, cercano el fin del día… porque las campanas doblan por su nombre: Gran Poder.

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Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...