Cumpliendo la máxima poética de los tres jueves del año que relucen más que el sol, llegamos a vivir una jornada que rebosaba de público, con sus pipas, sus carros y sus zonas acotadas.
Si de algo se quejan muchos cofrades de esta jornada, es que en demasiadas ocasiones se toma esta como una antesala de la Madrugá, como si de un trámite se tratase. Pero hay puristas que jamás renunciaremos a la elegancia de un día que no necesita preceder a nada, por más reclamos (pongan el apellido que quieran) que intenten imponerles.
La calle bullía y las cruces de guía se sucedían unas a otras. Se vieron mantillas, aunque no todas adecuadas, se vió un incidente con una potencia de La Exaltación, exornos florales tan maravillosamente irreales como el de la cofradía de Los Negritos, y un plan de vallas y unos policías a los que mutuamente no nos acostumbramos.
Este Jueves pasará por ser más tranquilo que en años anteriores, cosa que es de agradecer, y pese a todo, es agradable no pensar en la lluvia ni en el excesivo calor, centrarse en escuchar Virgen del Valle y deleitarse con el recogimiento de Pasión, siempre que las fuerzas de seguridad del estado lo permitan.
Si había más gente que en años anteriores, también había más ganas de disfrutar estrenos del día; se sentía en el ambiente la necesidad de buscar el ánimo de los nazarenos de capa y la solemnidad de los de cola.
Mientras, se suceden las colas por el Arco o Triana. Unos malagueños te preguntan como llegar de Santa Catalina a la calle Pureza, y ves que ese es el síndrome de la antesala, de quienes no aprecian el día en lo que vale porque están ya con la cabeza en otras cofradías, otras formas de religiosidad popular.
Pero hay quienes sabemos desde siempre que el Jueves Santo existe, existió, y por supuesto, seguirá existiendo, y quien sabe, tal vez es bueno reservarse ese patrimonio personal de un día que quizás es el arranque de un puñado de horas frenéticas, pero que cada una tiene su identidad y su personalidad inimitable.
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