cornetas-violines

A las ocho de la tarde hacía frío en la calle. Por eso, la fila de personas que esperaban con la entrada en la mano a las puertas del Teatro de los Padres Blancos de los Remedios casi ni hablaban entre ellos.

Para cuando el reloj marcaba las ocho y media el público llenaba más de tres cuartas partes del aforo del patio de butacas y el anfiteatro. Niños en carritos empujados por sus padres, jóvenes, personas mayores: el público era tan variopinto como el que se puede encontrar al paso de una procesión. Precisamente la gente acudía a la cita para escuchar marchas procesionales, pero interpretadas por una orquesta, la Sinfónica de Triana.

Con puntualidad se cerraron las puertas del teatro, bajó la intensidad de las luces de platea mientras que se iluminaba el escenario y acto seguido empezaron a salir las cuatro trompas primero seguidas por las cuerdas, por los vientos y los percusionistas. De traje de chaqueta negro con camisa blanca y corbata roja ellos, y de negro riguroso y elegante ellas, medio centenar de titulados superiores, en su mayoría criados por las calles de ese mismo barrio, se sentaban solemnes frente a sus atriles. No todos los días se asiste al tercer concierto de una orquesta recién nacida como esta, y el público estaba expectante. Ya sólo faltaba que saliera el director. Pero no salió. En su lugar apareció en el lateral del escenario un señor con una serie de papeles en la mano que apoyó en un atril antes de empezar a hablar. Ante esa inesperada escena la gente, casi por instinto, empezaba a moverse en sus asientos y a murmurar algún que otro comentario. Y es que habían acudido a un concierto de una orquesta sinfónica y temían encontrarse con el ya común “pregoncito”. Y se lo encontraron. Entre el poema inicial, un par de anécdotas personales y la presentación de las marchas que, por cierto, aparecían en un cuidado programa de mano, el pregón inicial se alargó durante casi 15 minutos.

Los músicos aguardaban aquel inesperado pregón con una media sonrisa unos, con la mirada perdida otros, pero todos ansiosos por tocar. Y por fin llegó el momento. El maestro Manuel Alejandro apareció sobre el escenario, saludó al público pero rápidamente hizo un gesto para que su orquesta se sentara. Levantó los brazos sutilmente y marcó la entrada de Sevilla Cofradiera, del jienense Gámez Laserna. Los presentes estaban deseando escuchar a la orquesta y la primera marcha del programa sirvió como perfecto maestro de ceremonias para dar paso a las emociones que vendrían después. Aunque el maestro de ceremonias del concierto aparecía entre marcha y marcha para compartir cómo se había emocionado con lo que acababa de escuchar y lo que iba a sonar a continuación, todo ello hilado con el argumento de que sentía costalero caminando a los sones de la Orquesta de Triana. Al final al público le iban resultando divertidas aquellas apariciones entre pieza y pieza, y lo que empezó como un pregón inoportuno acabó siendo un buen enlace entre las marchas.

Y lo que venía después de Sevilla Cofradiera comenzaba con la marcha Candelaria, del sevillano Manuel Marvizón, que aunque sonaba lenta de tempo en algunos pasajes de la obra, el buen gusto de los arreglos para la instrumentación de orquesta sinfónica llegaron a emocionar al público, hasta el punto de que no pudieron contener la emoción de los compases del trío de la obra, y los aplausos comenzaron dos compases antes de que los músicos acabaran de tocarla. El maestro Manuel Alejandro hizo que sus músicos se pusieran en pie ante la intensidad de los aplausos. La música ya había empezado a hacer su efecto: la gente empezaba a emocionarse.

A Candelaria le siguió una adaptación para esta orquesta de la marcha de banda de cornetas y tambores Refugiame, de González Ríos. Esta obra tocada por las cuerdas y los vientos de la Orquesta Sinfónica de Triana puso de relieve que, efectivamente, hay calidad musical en algunas de las obras escritas para bandas de cornetas. Pero para calidad la de la siguiente marcha en el programa: Soleá dame la mano, de Font de Anta. Esta obra sonó añeja, elegante, siendo una transcripción literal de la partitura para banda, y quedando rematada con un solo de viola ejecutado con brillantez. Si no fuera porque es una obra asociada a la Semana Santa, podría decirse que sonó como una banda sonora de una película muda de principios del siglo pasado, tal como el viejo proyector de cine que había a la entrada del teatro recordando que ese auditorio primero fue una sala de cine.

Y tras Soleá llegó quizás el que se presentía como el momento más esperado de la noche, porque en ese mismo escenario se interpretaría en versión orquestal la marcha pensada para banda de cornetas La Pasión dirigida por su propio autor, el director de la Orquesta de Triana, Manuel Alejandro González, y con la presencia de uno de los mejores solistas de cornetas de los últimos años, Kini de Triana, a la postre uno de los cornetas solistas de la Banda de Cornetas y Tambores de las Tres Caídas de Triana. Conforme Kini apareció sobre el escenario el público aplaudió con entusiasmo. Una obra de arte estaba a punto de surgir. Y surgió. El hecho inédito de unir a la guerrera corneta con la delicada orquesta sinfónica resultó ser un grandísimo acierto. Era precioso oír cómo el violín y la corneta bailaban en perfecta armonía por los pasajes de esta obra deliciosa del propio director Manuel Alejandro González, conocido como Quini. Era un guiño musical: de Kini a Quini. De corneta a compositor. Ambos se fundieron en un abrazo mientras el público aplaudía en pie. Se veían lágrimas caer por algunos rostros. Fue el punto culminante del concierto. Tantas ganas pusieron los músicos, tanto subió la temperatura en el escenario, que la concertino se levantó para afinar de nuevo a la orquesta.

Y de nuevo salió a escena el presentador, esta vez para invitar a subir al escenario al autor de la siguiente marcha, quien estaba entre el público. Y el pianista David Hurtado aceptó la invitación y subió al escenario. “¿Cómo se te ha ocurrido hacer esta maravilla, mi arma?”, le preguntó el presentador a Hurtado, quien tuvo palabras de agradecimiento para la Orquesta de Triana, a los que reconoció que considera como amigos, e incluso siguió la broma del conductor del acto y le dijo que él había estudiado con su hija violinista en el conservatorio, la cual estaba allí presente y se sonrojaba en su asiento de violín primero de la orquesta. “Yo hago esta marcha y me tengo que acostar seis meses”, bromeó de nuevo el presentador y acto seguido salió a escena Javier Hernández, corneta de la Centuria Macarena, quien interpretó la marcha Como tú ninguna junto con la orquesta. Y el evocador trío de esta pieza dedicada a la Macarena volvió a emocionar al público.

Tantas emociones no son buenas, dicen. Pero tocaba encarar el final del concierto con tres marchas que emocionan a cualquier sevillano: La Madrugá, Virgen del Valle y Amarguras. Así, con esas tres obras de arte se anunciaba el final del concierto. A La Madrugá le faltaron los golpes de campana tubular con la nota re, y resultó sonar un poco lenta en algunos pasajes, como Candelaria, pero fue delicioso escuchar el archiconocido diálogo entre clarinete y saxofón alto dentro de una orquesta. Porque en contadas ocasiones se cuenta con saxofones en orquestas sinfónicas, pero la de Triana emplea saxofón soprano y alto, aportando un color más a la amplísima paleta sonora de la sinfónica. Se trata de todo un acierto contar con la familia de los saxofones para los arreglos de obras de banda o de música del arte flamenco que hace la Sinfónica de Triana.

Tras La Madrugá el presentador hizo referencia a que entre las filas de la Orquesta de Triana se encontraban los músicos de un cuarteto de cuerda que en su momento fueron pioneros en arreglar marchas para este conjunto instrumental. La interacción entre el presentador y los músicos resultó ser otro acierto. De hecho, la Orquesta de Triana nace con el propósito de ser una formación cercana, alejada de los formalismos que suelen rodear a la música sinfónica. Y otra anécdota contada por el presentador sirvió de preámbulo para la penúltima marcha del concierto: Virgen del Valle. Resulta que ­­según contó el conductor del concierto­­ durante el velatorio del autor de la marcha, Vicente Gómez Zarzuela, uno grupo de chicos con bandurria rondaban a la chica que vivía en la casa contigua a donde se presentaba respeto a fallecido. Y una de las hijas del autor salió a la calle a pedir silencio a los chicos que tocaban sus bandurrias porque era el velatorio del maestro Gómez Zarzuela, les dijo. Y uno de ellos reconoció el nombre del autor de Virgen del Valle y por respeto hicieron sonar sus bandurrias interpretando algún pasaje de la marcha. La anécdota emocionó al público. Sonó la obra con un acertado contrapunto de trompas en el trío (que, aunque no aparece en la partitura original, hizo más bonita si cabe la obra) y el patio de butacas era un remanso de paz. La música amansa a las fieras, y a los niños, porque tras Virgen del Valle, los pequeños que había entre el público dejaron de hacerse notar. Dormían profundamente. La concertino volvió mandar afinar. Quedaba una pieza, un himno para Sevilla más que una marcha: Amarguras.

Se hizo un silencio fúnebre casi entre el público. No sonó ni una tos ni un llanto de bebé, sólo sonaba Amarguras. Tocada por orquesta sinfónica esta vieja marcha es hipotónica. Como hipnóticas fueron las cuatro intervenciones de la caja en la pieza, que fueron tan magistralmente ejecutadas por uno de los percusionistas de la orquesta que ponían los vellos de punta sus redobles en crescendo y sus golpes bien marcados. Faltaron de nuevo las campanas tubulares, en este caso en la coda de la marcha, pero al menos sonó la maza en plato. Es la misma coda de aire flamenco en la que la concertino interpretó la melodía a la perfección a modo de solo.

Y el público se volvió a poner en pie y ya solo quedaba esperar un bis de regalo. Y fueron dos. De hecho fue todo un acierto del director ofrecer como primer bis su marcha La Pasión con el corneta Kini no ya entre los profesores de la orquesta sino delante, en el borde del escenario. Todas las miradas estaban puestas en él. Tocaba con los ojos cerrados, con rostro emocionado. En los compases de espera le quitaba la boquilla a la corneta para mantenerla caliente en su mano izquierda, le vaciaba la saliva al instrumento y se veía concentrado mientras mascaba chicle. Kini consiguió lo más difícil: afinar la corneta con la orquesta. Y no sólo eso, sino que ajustó sus matices a los planos sonoros de la orquesta, emocionando hasta las lágrimas a muchos de los asistentes.

Y para, ya si, cerrar el concierto, los músicos volvieron a colocar sobre su atriles Como tú ninguna, interpretada al alimón con el corneta de la Centuria Javier Hernández. El público volvió a ponerse en pie, pero ya para irse unos, para felicitar a los músicos otros. Y es que era una noche para felicitarse. Porque no todos los días se asiste al nacimiento y maduración de una orquesta sinfónica, porque esos músicos eran todos o casi todos del barrio, porque habían conseguido transmitir emociones a raudales durante las dos horas de concierto y, sobre todo, porque lo habían hecho con música escrita en esta tierra. ¿Dónde están los mecenas de esta ciudad? Quienes suelen apostar por la cultura en Sevilla no se han debido enterar de que en Triana hay una orquesta sinfónica de categoría, que han interpretado ya tres conciertos y que es un proyecto con buenos cimientos como para darle grandes momentos de música a Triana y a Sevilla. Sevilla tiene orquesta sinfónica, bandas de música, agrupaciones musicales, bandas de cornetas y tambores, y ahora también tiene a la Orquesta de Triana, que con violines y cornetas es capaz de dejar un sello propio en el oído del respetable.