Un niño acaricia la mano al Gran Poder/ Hermandad del Gran Poder

Puede que sea una noche cualquiera. Una de esas noches en las que parece ser la hora, y es la hora. La niebla cae, el frío parece una ilusión y realmente es el suspiro de la muerte el que hace tiritar. En una de esas noches parecen bajar a la ciudad aquellos a quienes nadie nombra. Chaves Nogales fuma con garbo en cualquier esquina, Núñez de Herrera se debate entre la teoria y la realidad, Cernuda camina impresionado sin creer lo que vive y Machado llora porque ha vuelto a donde tenía que volver.

La mejor descripción de todo lo que acontece en estos días la proporciona la primitiva hermandad del Silencio. No hay palabras para describir lo que la razón entiende difícilmente. El nazareno de esta Hermandad avanza rápido entre la tiniebla de lo eterno y la Virgen de la Concepción enseña el verdadero significado de la pureza con ese azahar virgen que nos transporta al tiempo del tiempo, esa infancia que nunca se quiere dejar de vivir.

Triana sabe esperar, Triana sabe vivir. La otra orilla sabe cual es el momento exacto para levantar al hombre en su camino a la muerte. Por momentos parece que es Rodrigo de Triana quien marcha a caballo enseñando el camino hacia lo inevitable. Triana explota en color desde la más absoluta oscuridad, y entonces llega ella; la Esperanza de Triana se deja querer mientras naufraga en un mar de pétalos escoltada por sus marineros.

En las paredes dibuja su silueta. Quienes no creen quieren creer cuando le ven llegar y su rostro cambia cuando sale a la calle. El Señor del Gran Poder tuerce su rostro mostrando el mayor de los dolores que un hombre pueda soportar, pero es preciso llegar a la necesaria conclusión: el mayor de los dolores para un hombre no es suficiente para el rey de los judíos y por ello sabe que su dolor y muerte estaban escritos. Por esto, Jesús camina hacia la muerte con el rostro tierno , testigo de la bella promesa y la historia mas bonita. El Gran Poder anda, no cabe duda, y lo hace repitiendo una y otra vez ‘soy Dios en la Ciudad’. La virgen del Mayor Dolor y Traspaso regala hermosas estampas de vuelta a su basílica y a su paso, Chaves tira su cigarrillo al suelo y susurra ‘bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea…’.

El Cristo del Calvario enseña con su rostro lo dulce de la muerte y Antonio Núñez de Herrera ve que no hay remedio teórico ante tal fenómeno real. Entonces, el periodista mira a las estrellas, espera a la virgen de la Presentación y a la primera persona que encuentra a su lado le dice, ‘compadre, vámonos. Resulta que es verdad que Cristo se ha muerto’. Y muerto está, pero solo la ciudad sabe qué pasará. 

Cruje ya la madrugada y rompe la mañana. El hombre ignora que va camino de la muerte y reparte salud allá por donde pasa. El señor de la Salud de los Gitanos anda volando, rozando el suelo que lo lleva al fatal destino. La virgen de las angustias ha comprendido ya el dolor y amanece hermosa, sin ojeras y vemos claro entonces que es una joven muchacha que sufre sin merecerlo.

Entonces, los cuatro malditos, Machado, Núñez de Herrera, Chaves y Cernuda, divagan entorno a esa dama vestida de Esperanza sobre la vida. Los cuatro llegan a la misma conclusión, centrados en lo que les explicó otro poeta. Machado no puede aguantarlo y la mira y dice, ‘un hombre no es hombre si no oye su nombre de tus labios…’. Y es cierto, existe una hermosa dualidad, una diferencia entre la Esperanza y una mujer. Una es distinta a la otra y las dos se complementan, y la vida, al fin, es eso que transcurre mientras la Esperanza te encoge el corazón y una mujer te lo abre y vive en él haciendo grande todo lo conocido y lo que esté por conocer. 

Quede siempre la estrella de la mañana y si hay que llegar al Dios que fuere, que sea siempre por el amor y la Esperanza; siempre Esperanza…

Nacido en 1989 en Sevilla. Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla y Máster en Tributación y Asesoría Fiscal por la Universidad Loyola Andalucía. Forma parte de 'Andaluces, Regeneraos',...