Domingo de Ramos: Una vez más

La ruta ‘jartible’

Una vez más hemos recorrido el camino, hemos aguardado todas las lunas, hemos atesorado vísperas, deshojado la cuaresma, agotado la impaciencia… Una vez más hemos logrado llegar al Domingo de Ramos.

La espera no se entendería sin el punto de llegada, aunque a veces esperar sea igual de dulce que lo anhelado, como dijo aquel. Incluso te llegas a plantear si quieres que esto arranque, si quieres que empiece para comenzar a terminar cuando la cruz de guía de La Paz se ponga en la calle… Pero el tiempo, para bien y para mal, no se para por nadie. Empieza el principio del fin, comienzan los días frenéticos, las jornadas largas, los ratos cortos, las ganas que se desatan y los sentimientos que se comprimen.

Es tópico recordar una vez más que es el día de los niños, pero no por dejar de repetirlo será así. Ellos disfrutarán de La Paz por el Parque, de los estrenos en el atuendo, de la Sagrada Entrada en Jerusalén cuya venia este año, al fin pedirá una niña, porque también ellas irían hace más de dos mil años a ver al Dios o al hombre, que montaba una borriquita. Y cuando los arranquemos de «la rampla», podremos llevarlos a ver La Cena, a que cuenten apóstoles entorno a la mesa donde por primera vez se partió el pan.

Cuando por el Compás de la Laguna anden rifándose la ropa del Despojado, veremos los estragos de la jornada. Esas chicas andando como cervatillos jóvenes sobre tacones imposibles que poco o nada compatibilizan con adoquines… Los que no tienen costumbre de llevar traje andarán como ahorcados pensando si quitarse la corbata, y puede que alguna prenda blanca, de esas que tanto gustan en esta estación, haya recibido ya la primera mancha inoportuna.

Todo esto quedará en el segundo plano de las anécdotas cuando San Roque vuelva a salir del templo que la nombra, con el eterno anacronismo de dos pasos que se graban en lo más profundo del recuerdo de los que aún dividimos la ciudad en puertas que son aire y vacío en nuestros días.

Y mientras la luz que proclamó Barbeito vaya y busque el camino de vuelta por San Jacinto para no abandonar el talle de La Estrella; será también la luz intensidad del azul y la pureza de la plata por San Julián para acompañar una de esas muertes que de tanto repetirse son buenas, para acoger a la Virgen más Hiniesta.

Para cuando Tejera sea eco, Subterráneo un sueño y el grabado de Durero una talla viva y desgarradora de todas las penas, el día se dará la vuelta y todo será fin para ser comienzo. Los nazarenos blancos de la mañana, jóvenes y alegres serán madurez, solemnidad, negro ruán del Amor más puro, más incondicional, más añejo. Y no querremos que se agote la cera mientras un pelícano se pica el pecho, no querremos y nos negaremos porque aún quedará un Silencio Blanco donde refugiarse. Quedará la marcha que es el común lamento de la ciudad, el palio más perfecto, el capataz que anda de frente, porque de todo hay en esta jornada.

Algunos niños, protagonistas del día, se habrán dormido. Otros apurarán el leve sonido de cornetas de plástico, de tamborcitos de juguete… Se retirará el hombre de los globos y todo habrá pasado. Seremos un poco más viejos, un poco menos optimistas. Quedará una semana que se consume antes de pensarla. Mediremos la fugacidad del sueño presente y volveremos a la oscuridad dulce sabiendo que por unas horas, también fuimos un poco niños y niñas.

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