Otro día más una jornada en blanco, y ha tenido precisamente que ser esta… En la Semana Santa nada sobra, pero nadie puede ser tan hipócrita negando que unos días te despiertan más predilección que otros, para mí el Viernes está en los imprescindibles.
El Viernes Santo es azul, azul Carretería o azul Montserrat, pero hoy básicamente ha sido gris plomizo. Quedarme sin este día de una manera tan absurda, con una lluvia tan débil y molesta, me tiene en un estado parecido al de los niños inquietos que no sabes si están aburridos o inquietos pero de cualquier forma inaguantables. Visitar templos es un consuelo débil, llenar el tiempo con otras cosas acaba resultando insustancial, y sinceramente, ver que no cae una tromba de agua a lo Diluvio Universal es frustrante aunque entiendo que con esta lluvia intermitente tampoco se puede hacer nada serio o digno.
Mientras escribo esto el malestar aumenta… Recuerdo que un Viernes Santo comencé mi preciada bola de cera, cayendo en sus comienzos la primera cera roja de La O que la inauguraba. Revivo La Mortaja por San Pedro donde me llevaban a verla mis padres. Hoy, como otras desgraciadas veces, no hay nada de eso. El Viernes es un día con una terrible tendencia a descomponerse, imagino que la culpa es de San Mateo, con aquella historia del velo del templo rasgándose y demás, pero no siempre la jornada se anula por completo. Hoy las decisiones han sido claras, tranquilas, sucesivas, pero también letales y rotundas. Quizás, como me ha twitteado un amigo, este proceder triste pero ordenado, ha salvado un poco las últimas incidencias entre las Cofradías y la nula gestión del Consejo, o al menos nos deja menos sapos que tragar por un día.
Lo peor es que en mis días insustituibles también está el Sábado Santo, espero no verme privada también de eso, aunque si todo va bien, los retornos mañaneros de Los Gitanos y La Esperanza de Triana harán más particular esa jornada si cabe.