La sillas de la Campana, vacías durante el Viernes Santo/Sevilla Actualidad

La lluvia imposibilitó, por tercer año consecutivo, las estaciones de penitencia de las siete hermandades previstas. Se perdieron estampas para el recuerdo.

Grises nubarrones que no comprenden a Sevilla. Que la hieren, que no respetan su folclore. Que protagonizan una fiesta a la que no han sido invitados. Otra vez los nubarrones cargados de agua. Y el Viernes Santo con la Campana vacía, y los nazarenos llorando. Y una ciudad resignada. Y un periodista escribiendo una no-crónica.

El agua privó a Sevilla por tercer año consecutivo, demasiados ya, de la imagen del Cachorro por la Magdalena. Ese trianero de cera que mira al cielo para que no le cieguen los flashes. Ni si quiera lo pensaron mucho en la Hermandad; llovía. Pese a la desilusión, la Basílica del Cristo de la Expiración mantuvo colas kilométricas hasta bien entrada la noche.

Historia parecida se vivió en La O, que no pudo sacar a relucir a su elegante palio. El Viernes Santo se vivió en la Calle Castilla de puertas para adentro. Otro tipo de penitencia: la del dolor.

Los historiadores del futuro tampoco podrán estudiar las expresiones de los tres crucificados de Montserrat a su paso por Zaragoza, con esa carita de Gran Poder que tiene el Cristo de la Conversión. Ni los andares del palio de La Carretería por el Arenal, regodeándose en cada esquina de su barrio. Demasiadas probabilidades, demasiado gris el cielo para hacer posible tales estampas.

Ni La Soledad, ni La Mortaja, ni el Tres Caídas de San Isidoro pusieron pie en la calle. Y el Viernes Santo se quedó huérfano. Las únicas levantás las hacían los paraguas, ante unos chubascos que están ahogando esta Semana Santa.

La nota positiva de la jornada, si es que así puede calificarse, fue la noticia del regreso de Los Gitanos y Triana a sus respectivos templos en la mañana del Sábado Santo. Pero eso ya será otro día. El Viernes Santo sevillano murió antes de nacer.

www.SevillaActualidad.com