Es Andalucía una región cargada de monumentos y ciudades monumentales. Aunque existe otra Andalucía, más misteriosa y antigua, sus tierras están plagadas de restos humanos de civilizaciones antiguas y también de fósiles animales que vivieron alguna vez en las llanuras y los mares que rodean a la comunidad. En estos días se han publicado unos estudios sobre una ballena de 4,5 millones de años encontrada en el municipio onubense de Bonares.

Sevilla Actualidad. En 2006, un equipo de científicos españoles y estadounidenses encontró en Bonares los restos fósiles de una ballena que vivió hace más de 4,5 millones de años. Ahora, por vez primera, publican el proceso de degradación y fosilización ocurrido desde el momento de la muerte del joven cetáceo, que presumiblemente pertenece al grupo de ballenas barbadas Misticetos.

Cabe destacar que no es el primer hallazgo de restos fósiles parciales de una ballena del Plioceno inferior, localizados en la formación sedimentaria de la provincia de Huelva. Pero, como dato curioso, es preciso decir que es la primera vez que se publican resultados sobre este tipo de fosilizaciones y formación de yacimientos de fósiles en torno a la muerte de una ballena.

Los datos han sido recogidos en el último número de la revista ‘Geológica Acta’. En ella se ha plasmado el trabajo del equipo internacional de profesionales que han intervenido en la investigación. Es, por tanto, el primer estudio taxonómico, que corresponde al proceso de fosilización sobre restos de cetáceos combinado con otras disciplinas paleontológicas como la icnología, parte que estudia las huellas fosilizadas.

“Una vez muerta la ballena, su cadáver quedó a merced de carroñeros como tiburones, y sabemos que en uno de esos voraces ataques por consumir la carroña le arrancaron una de las aletas y la desplazaron unos diez metros de su posición. Así ha quedado en el yacimiento estudiado”, esa es la explicación que  a ofrecido a SINC Fernando Muñiz, uno de los autores e investigador del Grupo de Investigación “Tectónica y Paleontología” de la Universidad de Huelva y en la actualidad paleontólogo del Ayuntamiento de Lepe.

Los restos fueron encontrados a una altitud de 80 metros sobre el nivel del mar y a una distancia de 24 kilómetros de la costa, esas son las principales características taxonómicas, así pues, también han identificado la fauna asociada. El equipo ha creado un modelo paleoambiental que sirve como elemento explicativo de la deposición del esqueleto, el cual se hala incompleto, a excepción de algunas piezas, como ha sido el caso de dos hemimandíbulas de tres metros de longitud cada una.
Tras los resultados se ha podido demostrar que los restos pertenecen a “un ejemplar de ballena juvenil que murió y se hundió en un fondo marino, a unos 30-50 metros de profundidad, y que estuvieron sujetos a una intensa actividad por parte de carroñeros vertebrados, como demuestra la presencia de numerosos dientes de tiburón asociados a los huesos, e invertebrados”, señala Muñiz.

Sobre la causa de muerte del cetáceo, los investigadores ven difícil que puedan concretar si fue causada por enfermedad, senectud o simplemente por el ataque de un depredador.

Una vez finalizada la investigación, los científicos han intentado establecer unos datos taxonómicos concretos, pero señalan que “esto es muy difícil, aunque la morfología de la escápula (omoplato) sugiere que estaría dentro de la familia Balaenopteridae, perteneciente al grupo de ballenas barbadas del Suborden Misticeti”, confirma el grupo de paleontólogos.

Gran hallazgo científico

La comunidad ecológica aprecia mucho el hallazgo de un fosil cetáceo sobre fondo marino. Según recientes estudios cuyo objeto son los fenómenos actuales se han establecido cuatro fases ecológicas que pueden conocerse de manera parcial en el registro fósil” de un cetáceo. Entre ellas se encuentra la presencia de carroñeros móviles como tiburones y peces óseos; oportunistas especialmente poliquetos y crustáceos; extremófilos sulfofílicos que se corresponden con los microorganismos y el arrecife óseo.

Una vez que los huesos sin materia orgánica depositados en el fondo marino quedaron expuestos, los moluscos bivalvos de la especie Neopycnodonte cochlear los colonizaron. La presencia de estos bivalvos sugiere que el proceso de transformación de los restos biológicos desde su muerte fue “relativamente prolongado antes de su enterramiento definitivo”, explica el investigador.

“La grasa y otros elementos producto de la descomposición del material orgánico pudieron enriquecer el sedimento circundante y suprayacente al cadáver, esta circunstancia se revela por las numerosas estructuras de excavación en este sedimento por parte de organismos endobiontes, como crustáceos y anélidos poliquetos”, añade Muñíz. Los huesos fueron también aprovechados, no sólo como sustrato donde fijarse, sino como alimento.

Según los paleontólogos, la presencia de estructuras de bioerosión indica el aprovechamiento del contenido de los huesos como una fuente extraordinaria de nutrientes, posiblemente por crustáceos decápodos. Ésta sería la primera evidencia conocida para el registro fósil del consumo de un hueso de ballena por crustáceos decápodos con hábito alimenticio osteófago.

Todos los datos de la investigación que se ha llevado ha cabo durante estos tres años están siendo en la actualidad objeto de un profundo estudio por parte de los mismos autores que lo han realizado. Este trabajo ha sido publicado en la última publicación de la revista ‘Geológica Acta’ y es precisamente de ella de donde parten todos los datos de este reportaje.